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El horror nacional

 

De pocas cosas tengo tan diáfana certeza como de que el Comité Olímpico Español debe retirar inmediatamente los uniformes fabricados en Rusia con los que quiere humillar a nuestros deportistas en Londres. Sí, con la misma rapidez que un lote de leche infantil adulterada o una golosina tóxica made in China. Porque es evidente que se trata de un delito estético y psicológico. Justo cuando desde el Ministerio de Exteriores se intenta relanzar la «marca España» en sus horas más bajas, es sorprendente que se exhiba un desconocimiento palmario del principio de representación de la vestimenta por parte de un organismo tan solvente como el COE. La elección es de una vulgaridad que nos empequeñece al lado de los diseños de Ralph Lauren para EE.UU. o Armani para Italia. Porque, cómo van a reducir al esperpento a los pocos héroes que nos quedan, como Rafa Nadal, Ricky Rubio, Marc Gasol o Andrea Fuentes, embutiéndolos en un chándal de pata acampanada que, en el mejor de los casos, se asemeja al de un bailarín del Circo del Sol y, en el peor, al de un compungido animador de gincana. Mientras que el dos piezas para ellas evoca la peor salida de la pasarela de Kirguistán (con todos mis respetos); una mezcla de campesina zíngara y maripili, un absurdo quiero y no puedo inspiración Vacaciones en Roma.

Los uniformes siempre han convocado el reconocimiento social, tanto para quienes los visten como para quien los identifica, trasladando simbólicamente atributos y funciones a su portador. Pueden expresar desde servidumbre hasta distinción; y sus detalles han sido fijados —desde el uniforme militar hasta el hábito de clérigo— para esconder al individuo y fijar al personaje social. La reacción del sector de la moda ha sido previsible y demoledora. «Una estampa propia de Berlanga», según Ton Pernas. «Una broma», para Modesto Lomba. El asunto pervierte la imagen de nuestro país, y supone la dimisión de su dignidad creativa (¡qué nostalgia la de aquellos trajes que diseñó Toni Miró en el 92!) por cuestión de dinero. El portavoz del COE lo ha dejado bien claro: la empresa rusa, Bosco di Ciliegi, «nos paga por llevar su ropa». La justificación no puede ser más prostibularia. Y muestra un alarmante déficit de capacitación en impulsar un sector, el textil, que crece un 9,2% en exportaciones, con empresas líderes en el mundo. A eso se le llama pérdida de oportunidades. Y si no los retiran (#uniformesJJOO), que los sacrificados deportistas exijan derechos de imagen por tener que disfrazarse como en un carnaval para pasear la bandera y rendir honores a la Antorcha. El dinero no lo explica todo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. Absolutamente cierto. La estética precisa del horror simpático de Baudelaire se translitera aquí como el horror terrible de la estética. No more.

    Un saludo.

  2. pense que era una broma … no puede ser, estoy contigo es una catastrofe ^_***

  3. El Fari El Fari

    Creo que el uniforme se adecua extraordinariamente a lo que España es y refleja en el exterior. Maravilloso el bordado decimonónico en torno al cuello del chándal, significando de manera magistral nuestro Estado monárquico y antiguo, propio de la vieja Europa. Fascinantes los bordados de cíngara en la falda de ella, dando cuenta de ese espíritu bohemio-cutre que caracteriza nuestra cultura popular. Todo ello enmarcado en el rojo pasión y deslumbrante de esta tierra abrasada por el sol. España en estado puro y real, lejos de la falsedad de marketing chic que se pretenden exportar. Lástima que lo hayan retirado. El aspecto agitanado de Nadal quedaría notablemente realzado por el uniforme olímpico que aquí se nos muestra. Pero ya sabemos que los pijos abominan de las esencias patrias y aspiran a dar una imagen de Mediterráneo de Cannes, lujoso y cosmopolita, y como los pijos mandan en el Comité Olímpico, pues mucho me temo que tendremos en los uniformes la versión latina de un James Bond. Una pena.

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