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Burbujas con pin

Basta una pulsación para sentir el mundo en tus manos. El roce de la yema de los dedos sobre la pantalla para saber en qué lugar del mapa te encuentras; un movimiento casi de prestidigitador con el índice y pulgar para identificar las calles que van a cruzar tus pasos. Apenas cinco pulsaciones para hablar gratis con tu amigo de Australia, tres golpecitos para escuchar emisoras lejanas, como 95.5 Jazz de Costa Rica. Basta un suspiro para husmear en tu red social. Un ligero tecleo digital para recordarle a tu gente que existes. Dos clics para fotografiar lo que no quieres olvidar. Un calor en la palma de la mano para desconectar y ensimismarte.

Los teléfonos inteligentes no sólo han modificado la manera de articular la comunicación y el entretenimiento, sino que han dotado a sus usuarios de una nueva autosuficiencia. Era previsible que el exceso de celo alterara la manera de relacionarse. La gente ya no se mira cortésmente a los ojos porque se refugia en su pantalla. Allí están todos los secretos que uno sólo comparte con quien quiere. Su guarida donde protegerse en medio de la multitud hostil. Ya no le hace falta preguntar al desconocido cuando nos perdemos (un gran avance en la vida de las parejas). Ni cubrir espacios en blanco hablando del tiempo cuando la proximidad del otro intimida. Los nuevos caminantes distraídos transitan por las ciudades ajenos al paisaje, aislados. «La gente se mueve en los espacios comunes como si fueran burbujas privadas», sostiene Tali Hatuka, que dirige el Laboratorio para el Diseño Urbano en la Universidad de Tel Aviv, lamentando el lado más oscuro de la tecnología que amenaza lo público. Tras un estudio sobre hábitos de uso de los smartphones que estos ejercen de territorios privados portátiles. Y es que hoy, cuando los extraviamos, nos quedamos sin brújula.

Las cifras abruman: se calcula que cada día se envían mil millones de mensajes gratuitos. El WhatsApp ha destronado al SMS justo cuando se cumplen veinte años del invento de unos ingenieros de comunicación franceses que no cuajaría hasta 1996, cuando los adolescentes accedieron al móvil. Según datos del Pew Research Center, los usuarios norteamericanos de 18 a 24 años intercambian más de cien SMS diarios. Y son mayoría quienes prefieren un mensaje de texto a uno de voz. Es interesante indagar por qué. Identificar la adrenalina, la satisfacción o la credibilidad que merece la palabra escrita (incluso mal escrita). A menudo, más allá de su sentido utilitarista, los mensajes son una declaración de intenciones para avivar el amor o aligerar la soledad. Aunque no sea del todo real, y más cuando tu teléfono tan inteligente escribe por ti y en lugar de estar cansada decida que estás casada.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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