«¿Por qué hoy tantas mujeres escriben de sexo?, ¿se han vuelto de repente, misteriosamente, más libidinosas o es solo una moda?», se preguntaban las participantes en el congreso Eroticon 12. No, respondió Zoe Margolis, autora del exitoso blog Girl with a One Track Mind: «No se trata de exponerse, sino de expresarse: escribir le ayuda a uno a poner en orden sus ideas». El auge de la primera persona, de la escritura confesional y del juego de espejos donde el yo se muestra cada vez más desnudo, ha favorecido una nueva voz y la reconstrucción de un imaginario a veces compartido con los hombres. Afortunadamente, hoy, la identidad sexual se vive con mayor libertad, como señalan las jóvenes que en este número confiesan a Gabriela Wiener y Verónica Marín sus «sexcretos». Ya lo anticipó Helmut Newton —que en los años setenta fue colaborador de Marie Claire—, quien empoderó a la mujer y la desnudó vistiéndola. Y sí, en nuestra portada, con Eva Mendes, anunciamos el nuevo código sexy que no solo determina la altura de los tacones, los corsés años cincuenta, las melenas mojadas y las espaldas al aire, sino la celebración de que el sexo esté alojado en nuestro cerebro.
Sex=oh
El mundo respira sexo. Tecleas la palabra en Google y existen en español casi quinientos millones de entradas. Desde la publicidad a la pasarela, los conciertos o la política, la sexualidad emerge para atrapar al ojo que está al otro lado. A veces como un anzuelo provocador; otras, como el hombro que asoma sutilmente bajo un vestido de raso. Caben muchos universos en estas cuatro letras que expresan todo aquello que se desentiende de la razón. A menudo se asocia con el placer, con la escalera que te conduce a una descarga eléctrica o a un pozo de luciérnagas, pero acostumbrados a sobrevalorarlo, a veces nos olvidamos de que hay también un sexo que ahueca el corazón y deja una estela de vacío. Pulsión, reacción, atracción; el sexo —al igual que el dinero— es un deseo agonizante capaz de mover los hilos del planeta. ¿Cuántas batallas se han ganado o se han perdido en nombre del sexo, aunque se le haya llamado amor? La liberación de las mujeres vino acompañada de quemas de sujetadores y de una desinhibición que siempre me resultó impostada, aunque en aquellos tiempos todo era poco para salir de la cueva. Había que exagerar las conductas, mostrar avidez ante un tabú que hasta bien pasada la mitad de este siglo había sido territorio exclusivo de los hombres. El impacto que tuvieron los estudios de Kinsey o Masters & Johnson cambiaron la percepción de la sexualidad femenina —sin olvidar el popular Informe Hite, en el que 3.500 mujeres confirmaban que eran perfectamente capaces de tomar el control de su vida sexual en lugar de ser receptoras pasivas de la arremetida del gran macho; aunque su mayor hallazgo fue el de que el centro del orgasmo femenino se localizaba en el clítoris—. A menudo surgen noticias contrarias a esa recuperación de la sexualidad como un territorio luminoso en lugar de oscuro o perverso. Y no solo por los lastres puritanos, sino por una desventaja cultural que aún favorece que una mujer se sienta extraditada de su propio cuerpo, igual que el mito de que las mujeres prefieren una buena conversación a un encuentro sexual, como si fueran asuntos excluyentes.
Publicado en Mi Smythson
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