La felicidad carece de género; la cortejamos por igual hombres y mujeres sin buscarla de frente sino de forma oblicua, conscientes de que hay que empezar por liberarse de los prejuicios además de tener inquietudes en lugar de pensamientos parásitos. En nuestra sociedad inmadura y estólida, las alarmas no protegen ni del autoengaño ni de esa insatisfacción que invalida cualquier logro porque siempre se ambiciona más: sólo hay una coma del éxito al fracaso, del amor al desamor, del éxtasis al vacío. A lo largo de la historia, la felicidad se ha definido por la capacidad en alcanzar metas, sentir bienestar intelectual y físico o disfrutar del reconocimiento y los afectos. Pero hoy variadas investigaciones aseguran que el hecho de aferrarse a su vapor aún produce más frustración.
De eso y más se tratará en el Congreso de la Felicidad que empieza hoy en Madrid, dirigido por Eduard Punset, un demiurgo de nuestros tiempos que ha conseguido hacer de la neurociencia un fast food intelectual para todos los públicos. Y sorprende que algo inmaterial pero tan anhelado se integre en el calendario de ferias y congresos —junto a los de energía geotécnica, ferretería y bricolaje o games & technologies—. Desde la ciencia y la experiencia, y del budismo a la antropología, los congresistas se proponen indagar en ese objetivo común de todos los tiempos en un foro esponsorizado cómo no, por «la chispa de la vida». Y es que hoy, en nombre de la felicidad, filosofía y marketing no sólo matrimonian sino que se entienden a las mil maravillas.
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