Desde que fui madre, algo se modificó en mi paisaje neuronal. Pertenezco a ese porcentaje de débiles espectadores que no podemos ver películas de niños que sufren, como si un sentimiento cosmogónico nos instara a conjurar el peligro, la alegoría de aquel caramelo envenenado del que los abuelos nos advertían, que incluso podía ofrecernos un malvado disfrazado de monja.
También recuerdo cómo me removía, comiéndome los dedos, en la butaca del cine viendo Sleepers o Babel, incapaz de tomar distancia con la pantalla ni de desactivar mi ingenua compasión. A razón de qué convertir un rato de ocio en un puñalada en el pecho cuando frente a este asunto mi pensamiento complejo se inhibe. Edgar Morin ideó una teoría según la cual la realidad se comprende y explica simultáneamente desde todas las perspectivas, de la biológica a la espiritual, la cerebral, la lingüística, la sociocultural. Tanto la realidad como el pensamiento son complejos, pero no acierto a explicar la más abyecta de las realidades: hacer sufrir a un niño.
Save the Children calcula que anualmente entre 100 y 200 millones de niños presencian escenas violentas entre sus progenitores. Un gran porcentaje también sufre daños físicos y psicológicos en su casa. Entiendo las susceptibilidades que levantó Ana Mato cuando, en sus primeras declaraciones como ministra, utilizó la expresión «violencia en el entorno familiar» para referirse a la violencia de género. Pero lo cierto es que alrededor de un crimen machista a menudo están los otros, los hijos, quienes a menudo suelen encontrar el cadáver de su madre; los que aseguran que con el paso del tiempo siguen escuchando los gritos. Ahí están las noticias sobre asesinos de esposas e hijos que cobraban la pensión de viudedad desde la cárcel, o de padres maltratadores que siguen manteniendo la custodia.
El programa electoral del PP incluía la consideración de los niños como sujetos activos que necesitan protección (en la actual ley figuran como población vulnerable que sufre, de forma colateral, la violencia contra las mujeres). La ministra Mato ha dicho que la lucha contra la violencia de género —término discutido filológica e ideológicamente, pero aprobado por las Naciones Unidas— será su prioridad. Ahora tendrá que ver si el problema radica en la articulación de una ley que tanto se ha criticado desde sus filas, o en una necesaria modificación del Código Penal, como ha venido pidiendo el Consejo General del Poder Judicial, para que el de haber ejercido la violencia en «el entorno familiar» sea un factor esencial al asignar la custodia en un divorcio. Mientras, las llamadas al Teléfono del Menor denunciando malos tratos y abusos sexuales aumentan cada día, ajenas a discusiones filológicas o ideológicas y necesitadas de apoyo, de red social, de medidas efectivas.
La semántica importa, la palabra contiene tanta indicación de las intenciones como el inicio de los actos; el nudo y desenlace d euna acción, no guarda maor parentesco con la acción inicial que ocn la declaración de intenciones. La denominación y nomenclatura por ende son también importantísimos, presentan al objetivo como tal, indican el camino a la meta. Las palabras de Ana mato en relación a lo que le precedía son tretrógradas, si estuviesen sucediendo a un vacío legal en ese sentido, y a la insensibilidad institucional del franquismo por ejemplo, “violencia en el entorno familiar” podria ser tomada como una frase afortunada. A mi entender no es el caso. La de g´nero engloba las maneras en que lso géneros conviven, el matrimonio, la pareja, la familia, el hogar. Y aventaja a la de Mato, en que abre las ventanas y las puertas a que los vecinos opinen, a que la sociedad participe de la golpiza , de un modo más eficaz que del silencio al que invita el entorno familiar. Es como cuando Rajoy propone marcha atrás para una ley de uniones entre homosexuales, muy avanzada si la hubiese planteado a continuación de Gonzalez en el ’96, pero no sucediendo a la ley de matrimonio de personas del mismo sexo.
Sleepers es durísima, y conincido en que siendo norteamericana es sin embargo una de las mejores peliculas , la parte en que le cuentan todo a De Niro, es para no dejar de llorar jamás. Trata de ver una que sin usar criaturas, sino todos ya mayores , te ahoga en llanto, Oranges and Sunshine, con Emily Watson. Claro, es sabido que donde actúen los ingleses, hay que declinar la inclinación al histrionismo.