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Hey, mambo

 

La nota se introduce por el pabellón auditivo y al instante una corriente atraviesa el cuerpo desde la punta del pie hasta el paladar. La cabeza oscila como si quisiéramos avanzar, aunque no vayamos a ninguna parte. Tan sólo al fondo de una música que desentumece del tedio y aviva el ánimo. Si el ritmo nos atrapa, redondeamos los hombros, cimbreamos la cintura y palmeamos sobre el muslo hasta que las notas se hacen más poderosas, dispuestas a expandir el espíritu. Desde los bailes cortesanos que estructuraban la vida en sociedad, hasta las danzas folklóricas, el baile ha resumido el ansia del ser humano para encontrarse con el otro sin dejar de ser él mismo. Casi todas las culturas se han organizado en torno a una danza buscando armonía y solemnidad; danzas de fecundidad, sacras o guerreras, que alentaban a los pueblos. El célebre columnista británico Paul Johnson se lamentaba de que la modernidad hubiera dado al traste con «el baile como expresión abierta de una sociedad ordenada» y se hubiera convertido en un «pandemónium subterráneo», lleno de ruido, desorden y confusión.

Pero de entre el caos hipermoderno ha resurgido la fascinación por el baile de salón. Además de una sucesión de capoeiras, reggaetones y burlesques; de cisnes negros y Lady Gagas, de fórmulas televisivas como Mira quién baila, ¡Quiero bailar! o Fama con sus castings multitudinarios. «Se podría escribir una teoría política en torno a la historia del baile», decía Johnson cuando lamentaba su fin como rito cohesivo, aquel baile civilizado que fortalecía una sociedad y representaba un ideal democrático incluso en épocas de despotismos. Puede ser arriesgado relacionar el abismo al que se enfrentan nuestras sociedades fragmentadas y el repunte del baile. Pero algo ocurre cuando se exalta tanto. La última pasarela internacional fue un interminable mambo. Las modelos desfilaron con los flecos mundanos del charlestón, las cinturas apretadas y un ansia desmesurada de trópico. Ritmo, color y oro justo cuando la acuarela se nos ha avinagrado. Y no dejó de sonar el mambo, desde Tito Puente hasta el refrescante descaro de Rosemary Clooney con su mambo italiano. Un mambo sin principio ni fin, tan inagotable como las trompetas de la recesión, a la búsqueda del movimiento como refugio.

Hoy, en Francia y EE.UU., empiezan a repartir invitaciones para el maratón que coronará a los mejores de la pista. Obama ya no se deja ver bailando el funky de Beyoncé, pero procura recuperar el resuello para afrontar un intenso noviembre a la espera de un buen contrincante country, mientras que Sarkozy parece avanzar con pasos cortos y rápidos, como de merengue, ante la impetuosa bachata de Marine Le Pen. En España, Rajoy se entrega al son que entona Merkel, una lánguida elegía. Porque irremediablemente, mientras el barco se hunde la orquesta debe seguir tocando.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Gracias por tu editorial de Marie Claire ( a 29 de febrero de 2012)… Hacía tiempo que no compraba una revista de modas y me ha sido super grato ver lo que estás del lado de las “personas normales” por así decirlo. Muy auténtico. Además trabajo colaborando en una web de personas que tienden a tener anorexia etc… ¡Me ha encantado!
    ¡Gracias y un muy cordial saludo!

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