Debo de tener cinco años. En la foto lloro mientras unos brazos me alzan hasta sentarme sobre un elefante. Apenas tengo recuerdos de esa edad, pero extrañamente conservo intacto el motivo de aquel llanto. La piel del elefante raspaba, tan sólo eso, el roce animal y la marca de un frío rugoso en mis muslos. Debió de ser mi primera tarde en el circo. A medida que fui creciendo supe que el mayor atractivo no se hallaba dentro de la carpa, que, en días ventosos, rodeaban hombres con elásticos negros que luchaban por asentarla. El mayor espectáculo consistía en pasearnos entre las roulottes. Ver dónde vivían la trapecista o el payaso. Atisbar tras las puertas casi siempre entreabiertas, los maillots de pedrería en el suelo, una revista de moda francesa, los zapatos de cristal. La vida nómada donde el trailer se adapta al cuerpo o viceversa. La leyenda de una gente educada en el desapego que viajaba de un lado a otro con la casa a cuestas y los músculos tan flexibles como sus zapatos.
La gente del circo ejerce de ilusionista apátrida y con sus malabares contagia la idea de que todo es posible, incluso andar al revés. Estas navidades he regresado al circo con mis hijas. Cinco generaciones de artistas en el Raluy. Jóvenes y mayores, rubios y asiáticos, acróbatas laureados que en el descanso venden bolsas de patatas, y princesas de Cachemira que cuando no actúan ayudan a sostener las cuerdas de la tramoya . No solo trabajan como una gran familia sino como una empresa en la que todos hacen de todo, los que han sido presentados como grandes estrellas del circo mundial se convierten al rato en operarios, aquella que antes vendía entradas, ahora es la misteriosa acompañante del fakir. En una ocasión leí que una trapecista mexicana, cuando tenía vacaciones, se iba de visita a los circos de los amigos. Ni pensar en una casa estable. En una vida newtoniana.
En el Raluy se habla catalán. En el Cirque du Soleil, un idioma inventado. El primero es casi una reliquia, con sus caravanas de época, el backstage del segundo cuenta con 275 empleados y una sala de máquinas que ni los Rolling Stones. Pero en ambos casos sólo importa un verbo: volar. Despegarse del suelo. En el último espectáculo de la compañía canadiense, todo el mundo vuela. Aros, pañuelos, hombres y mujeres, escaleras hacia el cielo que alcanzan alturas siderales. La misión es elevarse aunque no encuentro otra palabra más precisa que la catalana «enlairar-se». «El encuentro del arte virtual con lo extraño», así definen su último espectáculo, Zarkana. Cierto es que lo extraño —lo raro, lo deforme, lo diferente— siempre ha tenido un gran papel en el circo, antaño representado por enanos, fieras o mujeres barbudas.
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Desde hace más de un siglo, el circo se ha visto en peligro de extinción, amenazado por una nueva y pujante cultura del ocio. Hoy, el sueño humano de volar ha sustituido la deformidad por la levedad. Pero no es sólo la superación de límites físicos lo que sorprende de estos artistas, sino cómo se ponen en la piel de los otros. En la era del empatía —que por sí sola, y lo aclara bien Steven Pinker, no sirve para nada— los valores del trabajo bien hecho, un mayor afán de cooperación y solidaridad y unos horizontes compartidos son la base de nuestra supervivencia. Tony Judt escribía en El refugio de la memoria sobre la gente fronteriza y mostraba su gusto por los confines, por los lugares donde las lealtades y las afinidades convergen «y donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como una condición normal de vida». Lo veo representado por esa gente del circo. Ahí está el trapecio, donde uno se lanza y vuela y el otro para y recibe. Y siempre, aunque invisible, hay una red.
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He encontrado la foto, la describí de memoria. Era el Circo americano, agosto del 72. Tenía por tanto 6 años, no 5. No sólo unos brazos me suben al bicho, sino un hombre entero. Los cuidadores del paquidermo ya me han sentado, y la foto recoge el momento en el quiero huir porque el elefante raspa, y además, temo que se me vean las bragas. Ahí está el desesperado cruce de piernas, y sobre todo mi manita izquierda a punto de desgarrar la bata del señor. Después, afortunadamente, fuimos a ver las rulottes: entonces fantaseaba con ser una niña del circo.
2012, que los dioses nos acompañen
Amigas, amigos, hipócritas, irremplazables, queridos Internautas, a mi entrañable diáspora, lectores fieles que me han acompañado este y otros años, un tiempo en que la poesía vela las armas en el silencio de sus propias, irrepetibles, únicas palabras. El mundo sigue siendo ancho y ajeno para millones de seres humanos, aunque algunos cuenten con banda ancha y vuelen por la autopista con su vocabulario mendigo y sus ansias de estar aquí y allá y en ninguna parte.
Este año 12, en el siglo y el calendario, año Maya por mérito propio, costumbre publicitaria y cábala, un año que trae su propio ADN, en la ruina, magia, espíritu excepcional de los tiempos y antepasados. Siempre hay futuro, nos dice esta hoja del calendario del mes de diciembre, que caerá casi imperceptiblemente, en medio de la noche y madrugada de este 31 de diciembre.
Alguien pedirá algún deseo en una de las esquinas del mundo y las mismas sombras quizás no seguirán siendo oscuridad.
Felicidades, gracias por sus lecturas y palabras, por su maravilloso anonimato, por dar vuelta la página cada vez que pueden, y estar en el minuto perfecto de las horas simples, cotidianas y libremente acordadas por ustedes. Seguiremos arando juntos en este desierto de palabras que van a la mar y no es el morir.
Digo, es un decir, parodiando al eterno Cèsar Vallejo, terminamos un tiempo, iniciamos otro, en el ciclo de la vida, apagamos una vela y encendemos otra. Vamos, a veces, no lo ignoramos, contra viento y marea, las palabras se vuelven sordas, algunos gritan y martillan un mismo silencioso yunque.
Para ustedes, mi querida tribu, mis outsiders, mis indies, mis Nada, mis semejantes, mis amigos, hermanos que nacieron sin espadas, un Venturoso 2012 en el ceremonial de las palabras nuevas y de la vida fecunda. Esperanza y realizaciones, un tiempo para cambiar y hacer, construir lo nuevo, un Presente con Futuro…
YO, el Otro, el mismo