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Rubalcaba, el seductor táctico

Se acabaron los experimentos. La capacidad de emocionar con un discurso hilado por una idea romántica de la política. La inspiración, el arrojo, la soflama. Vuelve lo clásico. Pragmatismo y practicismo. Firmeza. Ese es el perfil en boga. Y tanto Rubalcaba como Rajoy responden al retrato del gestor antes que líder. Son números dos, bregados y resistentes. Hombres con prudencia y mesura, maduros y bastante reservados, que nunca se dejan arrastrar por el temperamento. Se antepone la capacidad al carisma. Joseph S. Nye, inventor del soft y el hard power, argumenta en Las cualidades del líder la importancia de la llamada «inteligencia contextual»: saber cuándo es necesario un estilo visionario y emocional y cuándo convienen la habilidad y la táctica política. Se estila la piel cambiante del líder en un entorno de mudanzas permanentes. ¿La tiene Rubalcaba? Y si la tiene, ¿aguanta los focos? ¿Es el hombre indicado para encabezar el pelotón socialista en sus horas más bajas?

Siempre fue oro en el PSOE. Y ha sido larga su travesía como mano derecha de una interminable colección de matrioskas: Maravall, Solana, Serra, Felipe, Almunia, Bono y Zapatero. Más de 30 años en política y sin quemarse. Incluso sus enemigos lo reconocen: «Es un seven eleven, abierto las veinticuatro horas los 365 días del año, y más movido por la supervivencia que por la ambición». Nadie duda que Alfredo Pérez Rubalcaba representa al zoon politikon de Aristóteles. No es magnético ni explosivo pero es sólido y desafiante. Ni sombra del idealismo del esquinado Zapatero. Ni citas de Borges. Esta es una campaña pedagógica y no hay más que ver el eslogan con corchete y verbos didácticos: «Escuchar, explicar, convencer». Con vocación reformista y una gestión brillante en Interior, este cántabro hijo de un piloto de Iberia que hizo la guerra con los nacionales es un hombre tan cartesanio que, atendiendo a la ley de probabilidad, tiene miedo a volar. «Este año no se ha cogido ni un día de vacaciones. Y a las diez de la noche, cuando todos estamos hechos polvo, él sigue fresco pidiendo más papeles y tecleando rápidamente los esquemas de sus discursos con dos dedos», explica su vicecoordinador de campaña, Antonio Hernando. Duerme poco, come poco, es adicto al chocolate negro y, según contó en Informe Semanal, desde aquellas revueltas juveniles del Cojo Manteca toma pastillas para dormir. La suya es una «mala salud de hierro».

En sus discursos, domina el tono medio que subraya con enérgicos y acompasados movimientos de cabeza. La mueve tanto como las manos, que suben y bajan en gestos de afirmación; el gusto por enumerar utilizando los dedos, o el rascarse la palma justo en el pliegue entre índice y pulgar. Se le tiene por hombre de aparato, aunque nunca haya pertenecido a la ejecutiva federal: «Pero todos los aparatos han descansado sobre él», asegura Teresa Cunillera, número uno del PSC por Lleida. De hecho, supo manejar al aparato para frenar las primarias, si bien no logró convencer a Zapatero para que convocara elecciones en julio, cuando su popularidad era más elevada. ¿Conspirador y retorcido? Cunillera replica: «Más bien diría hábil pactista y, sí, conspirador, porque la conspiración está en la esencia de la política. Otra cosa es que seas un patoso conspirando». Frontón cuando han venido mal dadas y con fama de maquiavélico, quienes le conocen afirman que es un gran seductor. Me lo asegura la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y resalta su capacidad para escuchar. Existen dos construcciones del personaje. El profesor, político de consenso, excelente orador; y el halcón, el que mueve los hilos en la sombra. El que dijo «lo sé todo de todos» y llama a los periodistas cuando no le gusta lo que escriben.

Pese a su determinante masculinidad, posee dos rasgos decididamente femeninos: entusiasmo por la palabra y emotividad. «Después del comunicado de ETA, lo vi llorar como una magdalena», asegura Hernando. Tras la muerte de su madre, y posteriormente la de su cuñado, le invadió una tristeza oceánica. Y sus ojos se humedecieron también el 9 de julio, cuando en su presentación dijo: «No me voy a dejar ganar». Lleva un Nokia del siglo pasado, aunque ya contesta personalmente algunos tuits. «Si desvías un momento la atención de sus ojos brillantes, te toca la rodilla o el brazo para que no te despistes», escribe una periodista de Telva. Igual que en Vogue y Elle, le preguntan por su mujer, la científica Pilar Goya; «lo lleva bien», asegura incómodo porque le piden lo que nunca le habían pedido: fotografiarse con ella para la campaña, tal vez para acercar a un hombre que «siente el peso de España sobre sus hombros», como informaba el ex embajador norteamericano Eduardo Aguirre a su gobierno en un informe revelado por Wikileaks.

Hace un año y medio, Juan José Millás le preguntó en un reportaje para El País si aspiraba a ser vicepresidente: «Me hace mucha gracia cuando dicen eso. Dios mío, ¡volver a la Moncloa! Ya estuve allí y no quiero volver», respondió. La vida y el principio químico de la incertidumbre —que tan bien conoce— alteraron los planes. Y ahora está por ver si detrás de quien ha sido un histórico número dos se agazapa un número uno decidido a librar la batalla contra la indiferencia. Esta, y el temor a una mayoría absoluta del PP, son sus mayores aliados.

(La Vanguardia)

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