Recuerdo aquel mediodía de mayo, cuando empezó a diluviar sobre Madrid en el momento en que doscientas cámaras de TVE —replicando en 40 países— apuntaban hacia el Rolls en el que entraba Letizia Ortiz de Rocasolano para casarse con Felipe de Borbón. Y lo que retiene mi memoria no es tanto el precioso Pertegaz con bordado y cuello princesa, ni sus labios contenidos, ni Carolina despechada por su Hannover. No, lo que resta intacto en el recuerdo es el corrillo de maledicentes jubilosos que se frotaban las manos sudando felicidad porque aquella periodista trepa que, contra todo pronóstico, se convertiría un día en reina no podría desfilar sobre los doscientos metros de alfombra real. Una boda pasada por agua, decían los mismos que anticiparon que aquella muchacha se iba a cargar la monarquía.
Hoy, ocho años después, la princesa Letizia es su miembro más valorado por los españoles. Y según los medios internacionales es una mujer hiperprofesional, impecable, que nunca ha cometido una torpeza en sus actos oficiales. Superar sin un mohín ser escaneada por los programas del corazón, ridiculizada por cuatro aristócratas casposos y famélicos, y ser carne de cañón para ese vicio tan español que es el criticar, demuestra inteligencia. No soy especialmente monárquica pero Letizia representa una generación de mujeres hechas a sí mismas, alimentadas con Yoplaits y concentradas en su carrera a fin de alcanzar pronto la independencia y ser un poco mejores cada día. Mujeres perfeccionistas y autoexigentes, algo ansiosas, que saben de memoria las cifras de los sectores industriales españoles y que al instante reconocen entre 500 personas una cara conocida. Y que han aprendido a no creerse ditirambos ni improperios.
Así es la princesa, y en la distancia corta no esconde su personalidad tan colorida.
El otro día los príncipes presidieron el premio Francisco Cerecedo.
Gracias a las buenas artes del anfitrión, Miguel Ángel Aguilar, sus altezas se mezclan entre los asistentes, la mayoría periodistas, logrando que estos se sientan por un instante más importantes, más altos y más rubios. Observando a Letizia, pensaba en su salto del Seat Ibiza al Audi A3. Y en la suerte que ha tenido este país tan chismoso de ser representado por una mujer moderna, leída y juiciosa, lejos de las naturalezas muertas que suelen abundar en esos círculos. Alguien a quien la envidia nacional no desaprovecha ocasión para criticar por algo tan absurdo como unos tacones. Lo único que no me cuadra es que en pleno siglo XXI, el país de la princesa, madre de dos hijas, mujer de su tiempo, tenga la única corona —junto a la de Mónaco, ahora que Gran Bretaña ha acordado modificar su ley— donde una mujer no puede acceder directamente al trono. Cambian la Constitución por los dineros en un plisplás y no lo hacen con algo vergonzoso y tan simbólicamente retrógrado como la Ley Sálica.
Sorprende que Joana hable de modernidad y siglo XXI, que haga referencias a la ley sálica como retrógada y que no incluya en esta categoría a la propia monarquîa, una instituciòn del antiguo régimen. A mi ya me perdonarán, pero monarquía y modernidad son conceptos opuestos. Y es un insulto al ciudadano de a pie que se promueva esta asociación. No nos quedemos con la anécdota -Letizia- y vayamos al fondo de la cuestión. A los periodistas se nos pide, ante todo, seriosidad y no pleitesía. Un saludo
Bien Joana, bien Esther. Que altura.
Pocas cosas cuentan con un ambigüedad tan genuina como la monarquía. Del modo en que se ha instituído en la segunda mitad del siglo XX en Europa. Son anacrónicas y siempre vigentes. ¿Cómo puede legarse la jefatura de estado, con la única condición de la fecundación y no ser considerado una aberración en la sociedad moderna?. Y ¿cómo puede pasarse por alto que Japón, Suecia, Noruega, Holanda y Dinamarca , cuentan con estas reliquias, con estas piezas museísticas, ciertamente onerosas, que por un lado representan el poder y la diferencia, y por otro los modelos identitarios convencionales, De la cultura, d ela familai a través de los tiempos.
Yo soy republicano, más como pose, como actitud que otra cosa, pero me revienta que los ataques más facilones siempre vyan destinados a los marichalares, a los undargarines, o a los rocasolanos. Nunca de frente a la historia de la familia de los Borbón – Dos Sicilias, plagada de claroscuros.
Joana, como siempre aprovecho tu pluma para aprender algo, esa etimología de los poliglotas, me quedo con la acepción de “restar” como quedarse en francés, que lindo escribes, es como un sueño.