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Gente valiente

A pesar de que en el comunicado de abandono de la violencia del IRA tampoco se arrodillaran ante sus víctimas y en cambio, como ETA, sí recordaran a «sus caídos», el perdón y el arrepentimiento resultan consustanciales a cualquier proceso de pacificación. No se puede entender de otra manera. Aunque cierto es que sólo se pide perdón cuando se llega a comprender, algo inalcanzable, como la historia ha demostrado, para quienes han secuestrado la libertad durante 43 años y han perpetrado monstruosas sangrías en nombre del terruño.

Al otro lado están los familiares de las víctimas conteniendo el dolor y la ausencia, dando lecciones de integridad y coraje, desde las hijas de Ernest Lluch hasta Maite Pagazaurtundua o Mari Carmen Hernández, viuda del concejal del PP Jesús María Pedrosa, quien dice que ha perdonado sin que se lo pidiera nadie e incluso es capaz de ponerse en el lugar de las madres de presos etarras. Tanta gente valiente y ejemplar que ha soportado un vacío desolador. Entiendo la indignación de los familiares ante la escenificación anacrónica de los tres encapuchados con boina que «piden diálogo para resolver las consecuencias del conflicto». ¿Qué diálogo? Primero necesitan civilizarse, hacer las paces consigo mismos.

La legitimidad moral de las familias de las víctimas ha sido crucial para llegar donde estamos. Y más cuando se pretende que esta sea una reconciliación social que regenere las relaciones entre ciudadanos. Es vital respetar la percepción personal de las víctimas, perdonen o no perdonen a sus verdugos. Como es bien sabido, olvidar y perdonar, aunque a veces se confundan, no son la misma cosa. Decía Jorge Semprún que la desmemoria era una necesidad vital para España. Eso también se creyó en la transición. Pero para acariciar la concordia nuestra sociedad debe recordar: es lo propio de una sociedad madura. Víctor Urrutia, director del gabinete de prospecciones sociológicas del Gobierno vasco —once años con escolta— explicó el jueves a Carles Francino los resultados de un estudio en el que se preguntaba a jóvenes vascos por su percepción del terrorismo: el 55% dijo que no quería como vecino a un etarra. Pero el 51% tampoco quería vivir en el mismo edificio con alguien amenazado por la banda. El delirio llegó a tal extremo que las víctimas eran equiparadas a sus asesinos.

Hace unos años, recibí una carta de un preso de la banda instándome a que dejara de husmear en sus asuntos —había editado un par de reportajes sobre la vida de las mujeres en ETA, criminales que además asumían un tristísimo papel de empleadas domésticas y sexuales—. Sentí una náusea profunda, y tomé más conciencia del valor de tantos periodistas especializados en terrorismo que durante años han tenido que vivir con escolta jugándosela a cada crónica. Y es que la información también ha sido un arma de paz necesaria para desactivar el terrorismo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Anita Noire Anita Noire

    Me gusta tu artículo, me gusta la gente valiente, supongo que por eso me molas.
    Un saludo.

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