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Enredad@s

Hace unos meses, en los estudios de la Ser, conocí a Judith Torrea, la única periodista extranjera que vive aún en la ciudad más peligrosa del mundo, «en mi Juaritos», decía, con ese tono entre el apego y la convicción que a menudo utilizan las misioneras cuando son interrogadas en lugares inhóspitos. Torrea había renunciado a buenas ofertas de trabajo en Nueva York. Su pasado como redactora en la revista People, testigo del glamur y la decadencia —que suelen ir de la mano—, unido a su posterior labor periodística desde Ciudad Juárez —premiada con un Ortega y Gasset— conforman un perfil interesante. Pero ella, tan alta como valiente, no ha querido renunciar a seguir escribiendo crónicas de la vida diaria desde el estado de Chihuahua, donde a diario se cometen entre 6 y 16 crímenes. Una elección meditada y sólo entendida, como el caso de las misioneras, por esa voz interior llamada vocación. Fuera de micro me contó que no podía tener pareja, apenas amigos, y que cometía una imprudencia cuando dejaba algún rastro personal.

Me acordé de Torrea la semana pasada, con la noticia del asesinato de la periodista del diario Primera Hora, María Elizabeth Macías Castro. Fue decapitada, y junto al cadáver sus asesinos dejaron un mensaje: «Aquí estoy por mis reportes y los suyos». Macías había denunciado a los narcos desde su cuenta de Twitter. Aún no había cumplido los 40. Pocos días antes mataron a dos reporteras de la agencia Contralínea. A Marcela Yarce le dispararon en el clítoris y la dejaron morir desangrada. A Rocío González le reventaron los pezones a tiros y después la ejecutaron. Sé que es demasiado cruento lo que acabo de escribir, y me pregunto por qué no retrocedo con el cursor y borro. Pero aunque sea en una esquina del periódico, su memoria no merece ser callada. He empezado este artículo en un vuelo a París. Y, después de cenar, regreso a él aún más confundida. En un restaurante argentino casualmente he compartido mesa con una maquilladora nacida en Ciudad Juárez que ahora vive en EE.UU. Me cuenta que, cuando aún residía en Juaritos, donde la vida se consume con pasmosa normalidad a pesar de la violencia, se cruzó con un cadáver. Y su boca ensangrentada le inspiró un tipo de maquillaje. Me lo enseña en su iPhone mientras argumenta que la creación, «el arte» —incluso llega a decir—, no debe pedir permiso a la moral. Se me revuelven las tripas. La crueldad convertida en costumbre.

En México, y según The New York Times, las redes son ya más creíbles que los medios locales, y también permiten salir corriendo ante la amenaza de las balas. Mientras la comunicación oficial difunde una nueva campaña turística protagonizada por Calderón, «México se siente», algunos blogueros, tuiteros y facebookeros son objetivo de los narcos. Ninguna tontería. Las redes ya no son calderilla. Según previsiones de Hubspot, en el 2011 se invertirán sólo en EE.UU. más de 3.000 millones de dólares en publicidad en las redes sociales, aunque la tendencia se extiende por todo el mundo conectado: un 55% más que en el 2010. Pero además de la rentabilidad, su significación social escala hasta la cumbre. Ahí está Izar Andel Fattah, la bloguera egipcia que encendió la mecha desde la red, como candidata al Nobel de la Paz. En Túnez, Lina ben Mehni fue la primera bloguera que empezó a criticar al Gobierno antes del levantamiento en las calles. Y en Irán, Somayeh Tohidloo ha sido castigada con 50 latigazos por insultar a Ahmadineyad. «Sean felices, ya que si lo que deseaban era humillarme, confieso que mi cuerpo entero está sufriendo por degradación», escribió en su bitácora. Todos estos casos son muy útiles para expresar cómo la falta de los intermediarios que filtran la información, en los países totalitarios, es el único atisbo de libertad y a la vez el único encuentro con una verdad dolorosamente peligrosa.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Regina Regina

    Duro y apasionante artículo. La frase “la crueldad convertida en costumbre” me hizo recordar.

    El pasado domingo estaba mirando Los Inmortales con un amigo y llegó la escena en qué Christopher Lambert hace el amor con una policía, a quien se le ven claramente los pechos. La escena me sorprendió y le dije a mi amigo “Pensé que era una película apta para niños” y él me contestó “Llevan toda la película degollándose unos a otros y te planteas si es para niños justo ahora?”. Efectivamente, la normalidad del asesinato y la muerte frente las oscuras y clandestinas prácticas del amor.

  2. Martín Martín

    Muy buen artículo e interesante el apunte de Regina.
    Me gustó mucho que al terminar de leer el artículo, ambas, la anécdota cargada de fuertes imágenes conmovedoras sobre el México d ehoy, y la importancia de las redes sociales, quedaron unidas en el hipotálamo, auqnue en mi caso si bien es cierto que la fuerza plástica de la realidad de Juarez se impone, no hace sino, sedimentar con mayor arraigambre la idea de fuerza de los nuevos medios a nuestro alcance. Pero también se impone esa denuncia refinada que siempre encuntra sitio en tus reflexiones, hasta cuando hablas de moda.
    Por mi, muy bien lo de no haber dado marcha atrá al cursor. Como en la polémica sobre si estaba acertado o no el corto d euna fmailia en la campiña inglesa violentada en extremo, para concientizar sobre el problema en Congo, me sitúo en que si prevalece en el mensaje, y este lo merece, biienvenido sea el conducto.

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