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Los gestos del poder


Observemos a la persona que hay detrás de quien gobierna y a la que hay detrás de quien se siente sucesor. Sus arquitecturas. Cómo escenifican caída y ascenso, el fin de una etapa y el inicio de una ambición. Ahí está Zapatero, considerablemente cerca del café de los artistas, de la pesca de la trucha, de una universidad de provincias y de un pasado lleno de números de teléfono secretos. Y aquí está Rajoy, que incluso parece más joven, más perfilado, por fin tocado por ese mito llamado carisma que en gran parte sólo habita en la mirada de los otros. Se ha quitado flacidez y ha relajado la mandíbula, su teléfono empieza a prepararse para el futuro colapso, y por fin tiene cuenta en Twitter: «Cuatro días y ya ha conseguido más followers que Rubalcaba», decía un fan. La sonrisa menos incómoda y un estilo más refinado para coquetear en Catalunya evitando, como en las buenas familias, hablar en la mesa de política y religión.

Prepararse para el poder implica erguir los hombros. En cambio, desaprenderlo trae consigo un lodo de resaca. Hay aspectos interesantes en la imagen final que ha empezado a construir Zapatero. Alejado de Catalunya y de Rodiezmo, y pagando los pecados de quienes premian la adulación, parece un punto en fuga. Su proverbial animosidad ha virado hacia el gesto taciturno, aunque se le va aclarando la pátina verdosa que adquiere la tez cuando se duerme poco. Su cita poética escandalizó como creíamos que ya no era capaz de hacerlo la poesía: «El mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca» soltó, como sólo podrían hacerlo los más atrevidos o los más ingenuos. Y su imagen voló rauda a fusionarse con la de su partido, un PSOE al que González ha alertado del peligro de tener los brazos cruzados ante el 20-N. Mientras tanto, Rajoy ha recuperado la alegría, y con mesura y tedio se confiesa en unas memoriasEn confianza (Planeta)– redactadas con la contención de quien huye despavoridamente de las emociones. El diseño del acto también ilustra cómo construye su imagen de próximo estadista. En las sillas del Intercontinental, la plana mayor del PP: ellos con traje oscuro y corbata a rayas, ellas con las mechas recién hechas. En la mesa, junto al autor, ningún vip, sino tres mujeres anónimas: ciudadanía femenina, asunto que el candidato del PP, sin convertirlo aún en propaganda, se toma tan en serio como lo hizo Zapatero para llegar al Gobierno.

«Al señor Rodríguez Zapatero le cito siempre con afecto», dijo Mariano. Días atrás, el senador Pío García Escudero también le dedicó palabras de estima en su despedida en el Senado, primera escalada de los adioses que le esperan al aún presidente. Entre sus filas, de momento ha contado con un ladino escudero, José Bono, que con la credibilidad de quienes escuchan misa diaria ha repetido que es un hombre de una enorme calidad humana, un hombre bueno. Probablemente se arriesgan demasiado quienes le auguran una impávida Wikipedia en la historia: «El presidente que nos llevó a la crisis». Para añadir acaso: «El tercer gobernante del mundo que se atrevió a casar a los homosexuales».

Inyectar de nuevo contenido a la derecha no es una necesidad local, sino universal. Una nueva derecha amparada sin miedo en esa palabra tan bella que es liberalismo, pero tan peligrosamente polisémica. Eficaz con las tijeras y tan sensible a los asuntos sociales como cualquiera en un tiempo en que los presupuestos no los decide la ideología, sino la economía. Rajoy sabe que debe desempeñar ese papel desde el dorado punto medio aunque no haya constatación aún de que su derecha se haya transformado en centroderecha. Zapatero, el político voluble, el buen hombre, emprendiendo el regreso a su nido a la espera de una entrevista con la historia.

(La Vanguardia)

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