Por Joana Bonet
Palais Princier, la residencia del jefe de Estado de Mónaco y de su familia, corona la colina Monoïkos, popularmente conocida como Le Rocher, donde en 1215 se edificó una fortaleza con cuatro torres que hoy parecen albergar las almenas de un castillo de hadas. Dos carabineros, con el uniforme blanco de verano, custodian la entrada. El palacio es fiel al espíritu monegasco; un país prodigio donde una comunidad de tan sólo 35.000 habitantes se ha convertido en una de las sociedades europeas más prósperas. Ladrillo, banca, excelentes hoteles y casinos en un estado en miniatura, el segundo país más pequeño del mundo, después del Vaticano. Y una antigua dinastía que relanzó internacionalmente el Principado a raíz del matrimonio de Rainiero II con la actriz preferida de Hitchcock, Grace Kelly.
A la hora prevista aparece la princesa vestida con un short tejano, camiseta y sandalias. Ni gota de botox; eso sí, bronceada y musculosa. No es de extrañar que los prejuicios burgueses sigan censurando a la llamada «princesa rebelde». No pasea la altivez de la aristocracia, no ha tenido los novios aconsejados para la hija de una familia principesca ni ha colmado el juego de apariencias palaciegas, sino que ha osado ser «ella misma». Desde hace cinco años trabaja con intensidad en la lucha contra el sida desde su Asociación Fight Aids Monaco. No se trata de un ejercicio más de caridad humanitaria. A lo largo de la entrevista Estefanía Grimaldi Kelly maneja con facilidad datos, porcentajes y sobre todo la huella de la experiencia directa con los enfermos de sida. Ha participado en el foro ONU SIDA, del cual es embajadora, y tiene un papel activo en la visibilidad del VIH y, en especial, en la lucha para contrarrestar el impacto que causa entre las mujeres.
Es habitual que los residentes del Principado se topen con la princesa Estefanía en la cola de la compra y en las competiciones deportivas de sus hijos; «es una más, es como nosotros», me dice un taxista, quien asegura que los monegascos la adoran. Dicen que es sencilla, y no exageran. En su despacho no hay lujos ni modernidades; el mobiliario y la decoración conservan un aire añejo, incluso rancio. Un único signo de glamour: un bello retrato de Grace Kelly de los años cuarenta. Estefanía no vive en un chalé ni en palacio, sino en un bloque de apartamentos, y se mueve en un monovolumen que conduce Doudou, un antiguo carabinero que le cogió mucho cariño a la pequeña de los Grimaldi. Ella se sienta al lado del conductor. Durante la entrevista gesticula, sonríe y modula su voz grave, hipnótica. No enciende el aire acondicionado y sólo al final abre la ventana desde donde asoma la galería decorada con los frescos barrocos atribuidos a Orazio de Ferrari que representan la batalla de Hércules. Le pregunto posteriormente a su secretaria personal desde 1980, Christine Barca, por el carácter vitalista de la princesa: «Claro que es optimista y positiva, menos mal. ¡Con todo lo que le ha pasado en la vida!».
¿Por qué ha elegido luchar contra el sida?
Como nos ha ocurrido a todos, desde que se empezó a hablar de esta epidemia he visto irse a gente a la que conocía y apreciaba. Y a medida que crecían mis hijos me asustaba porque sentía que ya no se hablaba de la enfermedad y que los jóvenes no tenían la información correcta. En una ocasión me reencontré con una mujer, a la que conocía desde hacía tiempo, en un estado de verdadera soledad y abandono. Para mí fue un detonante ver su desamparo moral y físico. Pero, sobre todo, creo que yo estaba preparada, como mujer y como persona, para asumir esto y hacerlo. Antes no, porque sólo podemos manejar el sufrimiento de los demás si estamos en paz con nosotros mismos y hemos aprendido a manejar el nuestro. Este compromiso forma parte del fluir de la vida, se ha convertido en algo completamente lógico para mí.
¿Forma parte de un proceso de evolución personal?
Era el momento de intentar que las cosas se moviesen y que se hablara de nuevo sobre ello, porque el sida sigue estando aquí. He querido poner mi notoriedad al servicio de esta causa; a la inversa de mucha gente que, desgraciadamente, escoge una causa para ponerse por delante de ella. Yo siempre antepongo la lucha contra el sida y de vez en cuando me muestro un poco (risas) para contribuir a que la gente se conciencie más. No juzgo a nadie y no tengo derecho a decir nada sobre la vida de los demás, pero soy una mujer normal que quiere que el mundo sea mejor para sus hijos. Sólo se habla de catástrofes, ¡cómo pueden amarse tranquilos!
¿Qué valores les transmite a sus hijos?
Les he educado para que respeten a quienes les rodean y a ellos mismos lo primero. La franqueza, la honestidad y, sobre todo, decir siempre las cosas. Hablo muchísimo con mis hijos. Estamos todos detrás de pantallas para hablarnos, pero las relaciones humanas siguen siendo lo mejor que tenemos para comunicarnos. Y les enseño que siempre tienen que estar satisfechos con ellos mismos, ser capaces de felicitarse y de decirse que hay algo que no va bien. Todas las mañanas me levanto, veo el sol o las nubes, y digo: «Gracias por darme otro día, porque tengo los ojos para ver, la cabeza para pensar, mis brazos y mis piernas funcionan; gracias por darme un día más». Y ésa es mi manera de vivir, le agradezco a no sé quién por darme lo que tengo.
¿Las adversidades la han hecho más sabia?
Cuando nos llevamos golpes, hay que saber por qué, incluso si no hay motivos aparentes, e intentar sacar de ellos algo positivo. Hay que tomar la vida como un camino y cada vez que vivimos cosas, positivas o negativas, es para prepararnos para las siguientes. Yo adoro la vida porque es mágica, está llena de sorpresas, buenas y malas. Si siempre estuviese todo bien nos aburriríamos, ya no lo valoraríamos. Cuando miro al pasado, sólo me quedo con los buenos recuerdos. No tengo amargura ni remordimientos.
Si algún día escribiese su biografía, ¿cuál sería la primera frase?
Gracias.
¿Cuál ha sido el legado de su madre?
Antes que nada, su serenidad y su valor. Creyó en el amor y en lo que le aportaba y lo dejó todo por amor, ésa es la mejor herencia. Yo soy fruto de una de las más bonitas historias de amor, la de mis padres.
¿Y por eso ha sido usted una idealista en el amor?
Y lo sigo siendo, siempre hay que creer en él. Aunque en la vida se pasa por diferentes etapas y se perciben las cosas de maneras distintas; con 14 años crees que has encontrado el amor y después descubres otras formas de amar. La vida es una evolución.
Con su asociación ha visitado varios países africanos, como Madagascar. ¿Qué historias humanas le han conmovido más de su contacto directo con los afectados?
Cada historia es conmovedora y diferente. Uno tiene que estar con el corazón, los ojos y los oídos abiertos porque se aprende muchísimo. Los que viven con esta enfermedad son los que mejor nos pueden enseñar lo que es. En Madagascar es interesante trabajar porque han decidido reaccionar antes de que sea demasiado tarde. Tienen un desarrollo de la enfermedad inferior al 1% y no quieren que ese porcentaje aumente. Han decidido prevenir, a la inversa de otros países africanos en los que desgraciadamente el 46% de la población es seropositiva y ya no hay mucho que hacer, aparte de ocuparse de los enfermos. Pero lo más difícil de educar a la gente en la lucha contra el sida es que en nuestros países, «supuestamente civilizados», siempre entre comillas, la gente puede ser muy cerrada y no querer ni siquiera escuchar. Y los medios han deformado la información. Cuando llegaron las terapias se habló de medicinas, pero no lo son, son
tratamientos que ralentizan la enfermedad, pero no la curan. No es como cuando tienes una gripe o una infección. Y de esto la gente no tiene conciencia porque ha oído que ya hay medicamentos. Quiere escuchar lo que le tranquiliza. Pero por ahora no hay vacuna, no hay solución, aparte del preservativo. Y ese mensaje intento transmitírselo a los jóvenes: «Por cinco minutos vais a destrozar toda una vida y podéis evitarlo».
Lo que no resulta sencillo es cambiar la mentalidad de la sociedad.
Sí, eso forma parte del abandono de los padres con respecto a la educación de sus hijos, y son ellos quienes tienen que informarles sobre los principios de la vida. Es una de las grandes catástrofes de nuestra sobrecapitalización. Nuestra sociedad se ha vuelto intolerante frente a las diferencias. No puedo transformar el mundo, no tengo las espaldas lo suficientemente anchas (risas), pero me conformo con cambiar sólo dos o tres mentalidades. Un amigo mío dice que el sida no se coge con una sonrisa. Lo veo en los enfermos que tienen el sostén de su familia y sus amigos: gozan de mejor salud que los que están solos y abandonados, teniendo los mismos tratamientos. Pero psicológicamente no están en paz, tienen miedo de decir que son seropositivos. Ya tenemos suficientes problemas en este planeta, no tenemos derecho a hacer diferencias con respecto a un sufrimiento.
El sufrimiento no tiene categorías.
No, y el sida tampoco. Hay que dejar de pensar en categorías de riesgo. Todo el mundo es de riesgo.
¿África sigue siendo la gran olvidada de Occidente?
En muchos países de África hay que retomar los servicios sanitarios desde la base. Incluso antes de empezar a hablar del sida hay muchas otras cosas por hacer. Todavía hay muertes por tuberculosis, cuando en Occidente tenemos el antibiótico desde1956; es escandaloso. Y en África del Sur todavía hay pueblos que creen más en los brujos que en los expertos occidentales. Algunos de ellos llegan a decir que un hombre puede curarse del sida teniendo relaciones sexuales con una joven virgen, así que ahora hay un montón de violaciones de niñas de ocho a diez años. Por lo tanto, es muy, muy complejo.
Enla XVII Conferencia Internacional del sida, la vicepresidenta del gobierno español, Mª Teresa Fernández de la Vega, ha afirmado que el riesgo de contagio en el caso de las mujeres quintuplica al de los hombres. ¿Ser mujer y tener el sida es un castigo doble?
Sí. En demasiados países las mujeres no tienen el control de su sexualidad, incluso en Occidente es difícil. No veo por qué un hombre puede tener preservativos, pero a una mujer se la critica en ocasiones por eso. Y, desgraciadamente, hay muchas mujeres contaminadas porque el marido las engaña. El problema es que nos dan muchísimas cifras, pero son estimativas; en mi opinión, muy por debajo de lo que pasa. De 100 seropositivos, puede que sólo haya 20 que sepan que lo son. Eso es lo que asusta, que no hay suficiente información sobre la detección y no es de fácil acceso. Afortunadamente, la ministra francesa Bachelot-Narquin está conmigo a la hora de solicitar que las clínicas de detección de la enfermedad estén en el seno de las asociaciones de lucha contra el sida. Son chequeos muy rápidos, anónimos, y con el sostén de la asociación cualquiera que sea el resultado. Ir al hospital es estresante para el paciente, tu vida puede dar un vuelco en un minuto, y no es fácil. De hecho, en los países africanos se hace así. Me asusta que el mundo esté lleno de bombas de retardo, como yo los llamo: gente seropositiva que no lo sabe y que sigue viviendo con normalidad. El sida no tiene barreras sociales, culturales, religiosas, nada, le importa un bledo, pega donde quiere, donde puede y en todas partes. Me parece ridículo que se hable de la gripe aviar, que sólo mató a 93 personas en el mundo. Nosotros estamos en 40 ó 50 millones de muertos. Y no se hace nada.
¿Qué opina de la actitud de la Iglesia católica, que se opone al uso del preservativo?
Soy tolerante con todo el mundo, cada uno tiene sus posiciones y sus convicciones. La Iglesia está en contra del aborto también, y el preservativo protege contra eso. Tal vez sea un argumento para entenderse. Ante todo, yo lucho por salvar vidas, por preservar la dignidad de la persona. Creo que la religión hace lo mismo. Es cierto que la fidelidad sería lo mejor, pero no se le puede pedir eso a un crío de 16 años. No está bien que la gente diga: «Yo no uso preservativos porque soy católico». Para esta cuestión van a escuchar al Vaticano, cuando el resto del tiempo lo ignoran, porque en realidad están engañando a sus mujeres o están haciendo un montón de otras cosas que la Iglesia desaprueba. Es en la interpretación de cada individuo donde puedo no estar de acuerdo.
¿Cree que ha contribuido a modernizar o humanizar las instituciones monárquicas europeas?
No, porque yo siempre he sido fiel a mí misma. Luego la gente te coloca una etiqueta, «la princesa rebelde», pero no somos una muñeca o una máquina, somos personas. No somos de plástico y yo siempre he vivido las cosas como he querido vivirlas, de la misma forma que otras personas anónimas de mi edad. Pero se ha sobredimensionado, por que en realidad nunca hice nada grave; me casé más de una vez, ya sabe. Ahora me provoca la risa esta necesidad de ensuciar lo que está limpio, nunca lo he entendido. Creo que esa gente moralista tendría que mirarse en el espejo. Cuando señalamos a alguien con el dedo es porque tenemos cosas que echarnos en cara. Antes lo veía como una maldad, ahora como una estupidez.
¿Considera, pues, desproporcionado que por su forma de vida le hayan impuesto ese apodo de «princesa rebelde»?
Creo que ya es hora de cambiar, ¡no tengo 20 años! (risas). Quizá antes tenía esa imagen, pero una rebelde de 40 años… Hago la compra en Carrefour como todo el mundo, crío a mis hijos con normalidad. ¡No ven que han pasado 23 años desde entonces! Pero si les hace ilusión, si así duermen mejor, no importa. No he hecho ninguna revolución por ahora, he hecho lo que la vida me ha permitido hacer.
No es habitual que una princesa lleve a sus hijos a la escuela pública y haga personalmente la compra.
Ah, no; lo normal es que si yo hago la comida o la compra, no acepte que alguien lo haga por mí. No puedo, ni siquiera cuando tuve el brazo escayolado. Como he dicho, todos somos seres humanos y estamos al mismo tiempo en este planeta, princesas y no princesas. Antes que nada soy una mujer, una madre. No me han dado ningún manual ni me han enseñado en la escuela cómo hay que ser princesa, cada uno vive su vida como quiere vivirla. No sé las otras familias reales, no las conozco, no voy a juzgar a la gente que no conozco, y me gustaría que hicieran lo mismo conmigo.
Siempre confesó sentirse muy unida a su padre. ¿Cómo vivió su pérdida?
Siempre le escuché con atención y me ha enseñado mucho. Y es gracioso, porque precisamente todo lo que me ha enseñado me sirve desde que se ha ido; por lo tanto, hizo muy bien las cosas. Sin duda, su pérdida ha supuesto una etapa de mi vida bastante difícil, pero me ha hecho más fuerte.
Usted ha sido sometida a persecuciones por parte de los paparazzi. ¿Cómo ha sobrevivido a la presión mediática? ¿Ha conseguido proteger su vida privada?
Actualmente se ha calmado la cosa, entre comillas, pero es una pena porque, por ejemplo, no voy a España, un país que me gusta mucho, por culpa de los paparazzi. La última vez que fui me golpearon con una cámara en la cabeza. Entiendo que la gente quiera saber, pero hay formas de hacer las cosas. Una vez le dije a un paparazzi: «Durante 24 horas seré yo la que te persiga y acose». Todo el mundo se escuda en la idea de la libertad de prensa, pero para mí no son periodistas, no sé lo que son. Y perjudican a la profesión, porque ocurren cosas mucho más graves en el mundo y hay reporteros que arriesgan su vida en países que están en guerra para traer fotos y apenas se les paga por ellas. No obstante, la prensa rosa ha cambiado porque hay mucha gente que quiere salir en ella, que está feliz de que invadan su vida privada.
Aunque ha asegurado que tiene una buena relación con su pasado, parece que le ha marcado el tratamiento que ha recibido en la prensa.
Hace años me provocaba una especie de frustración que quisieran transmitir una imagen que no se correspondía conmigo, porque yo sabía quién era, y desde entonces he crecido y ahora me hace gracia porque son ellos los que pierden el tiempo, y el día en que me vaya de este mundo me iré tranquila, en paz conmigo misma. Muchas veces me han preguntado si cambiaría algo. Pues no, nada, si me dieran la oportunidad de volver a empezar lo haría todo igual. Me encuentro tan a gusto conmigo que no quisiera cambiar nada.
¿Cuáles son sus sueños?
Que la gente mire alrededor y vea que hay otros que sufren, que ríen, que sientan que no están solos en la Tierra. Que haya más compasión y amor, y menos indiferencia; la gente se ha vuelto muy indiferente. Incluso en nuestros países. El otro día vi a una abuela que se cayó en la calle, diez personas pasaron por delante y nadie la ayudó, eso es indiferencia. La gente está tan centrada en el «yo, yo, yo»…
Su hermano, el príncipe Alberto, ha impuesto su propio estilo de gobierno. ¿Se siente muy implicada en su proyecto? ¿Cuáles son sus responsabilidades actuales?
Mi mayor responsabilidad es ser su hermana pequeña y darle mucho amor y apoyo. Todo lo que hace es maravilloso y por supuesto le animo. Una vez dije que mi hermano se ocupa de salvar el planeta y yo de hacer que la gente que vive sobre la Tierra tenga un día a día un poco mejor; por lo tanto, nos complementamos. Me ocupo de los disminuidos mentales, de las personas que están dejadas de lado y de los ancianos. Se aprende muchísimo de la gente mayor.
¿Cuál es la relación con su hermana Carolina? Desde hace años se habla de distanciamiento.
Porque cuando no tienen nada que decir se lo tienen que inventar. Tenemos la relación que pueden tener dos hermanas que, desgraciadamente, no se ven lo suficiente porque sus vidas transcurren en lugares diferentes. Pero cuando tenemos reuniones familiares o eventos que suceden en Mónaco, es un placer. Es mi sangre y la quiero, y ya está. No entiendo por qué la gente ve siempre polémica, tal vez porque somos muy diferentes en nuestros recorridos, en nuestros ideales y en nuestras formas de vida, pero somos hermanas y las hermanas se aman, no se odian. A mí me han criado así.
¿Cree que el circo es uno de los últimos ideales románticos?
Siempre me ha encantado el circo, mi padre me contagió ese amor. Es uno de los últimos espectáculos que se pueden disfrutar en familia, uno de los últimos sitios donde la gente se supera por los demás. La gente del circo entrega todo para dar felicidad. Su caché son los aplausos.
Usted trabajó en el equipo de diseño de Dior. ¿Cuál es su relación con la moda hoy en día?
No tengo realmente ninguna relación especial con la moda. No la sigo mucho, a veces creo que es demasiado complicada para mí. Miro los desfiles, pero como tengo una vida bastante activa sigo la moda desde un lado práctico. Pero está claro que me interesa, y observo que es una continua repetición. Veo, por ejemplo, los pantalones bajos que yo llevaba cuando tenía 14 años, y ahora mi hija también los lleva con 14 años.
¿Qué es la belleza para usted?
No hay una definición universal de la belleza, es una apreciación personal. A mí me puede parecer bella una puesta de sol sobre el océano y otra persona pensará que es más bella sobre una montaña. Es como la definición de lo que es normal. Para mí es bello todo lo que es simple, puro, verdadero.
¿Y su definición del amor?
Lo experimento dos veces al año. En mi cumpleaños y en el Día de la Madre, cuando mis tres hijos me traen el desayuno a la cama (risas).
Ellos son adolescentes, es un momento difícil.
No, todo transcurre sin problemas. Siempre he hablado mucho con mis hijos. Me dicen que soy a la vez la que les consuela, la amiga, y la que les pone límites, pero no lo hago gritando. El diálogo es muy importante. No se puede decir que la adolescencia sea un problema, pero claro que cambian y empiezan a no sentirse bien con ellos mismos, por eso hay que estar presentes: para ayudarles, para escucharles. Tienen acceso a tantas cosas, a tanta información, que hay que canalizar eso, no pueden aprenderlo todo solos en Internet, hay que hacer lo posible para que no tengan acceso a cosas perjudiciales.
La felicidad es…
Sólo un estado pasajero. Puedes ser feliz cinco minutos. Hay que estar en armonía con uno mismo y no olvidarse de que nuestros padres o Dios nos han dado la vida, porque el día en que morimos se acabó. Hay que vivir para uno, y no es egoísmo, al revés. Yo cuido mi salud y mi bienestar, tanto psicológico como físico, porque si no lo hago no me puedo ocupar de los demás.
(Publicado en Marie Claire, septiembre de 2008)
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