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Samaná (III)

En la reducida franja de tierra de la península de Samaná —40 km de largo por 15 de ancho—, entre las lomas donde cada año más de doscientas ballenas ballenas jorobadas vienen a aparearse y criar, acabo Una novela francesa, de Frédéric Beigbeder. Los subrayados: «Escapar al infortunio, la tragedia, el duelo y los accidentes es una suerte en la construcción de todo ser humano. En este caso, este libro sería una investigación sobre el tedio, el vacío, un viaje espeleológico al fondo de la normalidad burguesa, un reportaje sobre la banalidad francesa».

Beigbeder empieza a recuperar su infancia cuando lo encierran en los calabozos de la comisaría del distrito VIII de París por esnifar unas rayas de cocaína encima del capó de un coche. En la celda de detención preventiva reconstruye su infancia desvanecida. «Mi única esperanza al iniciar tamaña zambullida es que la escritura haga revivir la memoria. La literatura se acuerda de lo que nosotros hemos olvidado: escribir es leer en uno mismo. La escritura reaviva el recuerdo; se puede escribir igual que se exhuma un cadáver. Todo escritor es un ghostbuster, un cazador de fantasmas».

Las cosquillas de su hija me recuerdan a las de la mía: «Si hubiera que definir la alegría de vivir, la felicidad de existir, sería esa explosión de risa, una apoteosis, mi recompensa bendecida, un bálsamo caído del cielo». Mi pequeña cumplirá tres años dentro de un mes. Nació con la crisis, con los recortes y a las zozobras, los interrogantes que se instalaron en la mesa de trabajo haciendo la confusión más espesa si cabe. Priorizar es una palabra importante que me desagrada. Aquí como en La Habana, también la practican. «Resolver». Pasarse el día «resolviendo». Vivir resolviendo. Y ahora que escucho: «Mami, te quiero mucho». Cómo podría explicarlo si enmudezco. Me hago vieja mientras ella empieza a utilizar los adverbios y las preposiciones, «todavía», «encara» . Su primera noción de pasado: «¿Recuerdas?» me dice, y tiemblo de asombro al imaginar qué será el recuerdo a los tres años. Tener hijos a partir de los 40 no tiene nada que ver con la eternidad. Ni se limita al triunfalismo biológico, a una conquista del tiempo, porque lo finito se hace más palpable. Los límites del cuerpo y de las esperanzas. Dicen: los años pesan, pero hay días licuados, verdaderamente ingrávidos, y días como ladrillos, en los que no logramos ahuyentar la melancolía al caer la tarde. Dos velocidades, ella hacia delante, yo media vuelta. «El ser humano es un explorador; posiblemente a partir de cierta edad, deja de mirar adelante y da media vuelta. Si se ha reproducido, dispone de una guía para revisar su pasado», escribe Beigbeder.

Aquí en Samaná, el pasado no es arqueología porque un liviano goce recalifica las urgencias. Observar cómo pasa el día. El cielo cambiante y la cascada de cosquillas. Termino el libro recogiendo las sobras generacionales, desde los yogures Chamburcy hasta los casettes vírgenes BASF o Maxwell Chrome que grabábamos con tanto ahínco las tardes de agosto, y en cuyas carátulas a menudo utilizábamos el Tipp-Ex. En las sobras también cae alguna canción enredada en las tripas; es verdad, cuando hoy en una reunión de amigos pones The year of the cat la gente aún grita «uauuu» y brevemente cierra los ojos. Beigbeder triunfa en su propósito, dice que al comprender que su amnesia procedía de un simple no-dicho regresó la memoria y fue capaz de ordenar su vida como un armario. Qué sentimiento tan reparador, entre la eficacia y el deber moral, nos alcanza cuando conseguimos hacer aquello que hemos ido retrasando tanto, como ordenar un armario. Pero al hacerlo con la vida, en cajones y estanterías, se corre el riesgo de tener polillas. Esta noche, en la gasolinera La Bola, Zacarías Ferreira cantará bachatas.

Publicado en Mi Smythson

2 comentarios

  1. yoli yoli

    me encantas joana, nadie me toca tanto.. eres tan real,

  2. .Una maravilla, una pintura pastel, un retrato con sabor y olor, chévere :)

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