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Samaná (II)

En el correo, que avisto de vez en cuando, Botegga Veneta sigue enviando sus nuevos modelos de clutchs y la Cámara de Comercio hispanoamericana anuncia su Bussiness Forum latino. El jugo de chinola —maracuyá— aleja glamour y liderazgos. Le llaman fruta de la pasión, refrescante, aromática, tan sabrosa como el aguacate verde-tenis que se deshace en el paladar mezclado con yuquitas fritas. Dicen que el aguacate es un alimento antiestresante, al igual que bañarse en la balsa caliente del Caribe después de haber paseado entre pelícanos.

Posan encima del viejo muelle que construyeron los ingleses en el parque natural de los Haitises, cuando por allí pasaba el ferrocarril. Ahora el parque está blindado a la vida y tan sólo ejerce como pulmón que mantiene el ecosistema de Dominicana. Siempre me ha gustado la palabra «manglar». Enraíza tanto como esos árboles que crecen por igual en aguas saladas que dulces. Sus raíces son como tentáculos, ajenas a los huracanes y ciclones, y crean un mapa de líneas tan tortuosas y sensuales como cualquier geometría sentimental. Navegamos entre canales jalonados por cuevas con pictogramas. La boca del tiburón o la cueva de la línea poseen ventanas naturales que enmarcan un trozo de mar. El contraluz es poderoso, tan cinematográfico. En las grutas hay murciélagos y nidos de golondrinas. También grafittis figurativos —manos, chamanes, tiburones— en sus paredes imposibles; la huella de quienes escalaron hasta allí para escribir sus nombres y enmarcarlos en un silencio quebrado tan sólo por las pisadas de los turistas. Pienso en la gente que siente placer al escribir su nombre en en una pared, en una puerta, en una cueva. Qué extraños somos. Subimos de nuevo al cayuco. Nos dan impermeables apestosos porque, al entrar en la bahía, el agua nos cubrirá. Haitises, haití, que en lenguaje taino significa montaña.

Mi hija teen ha quedado atrapada en las garras de Charles Dickens. Grandes esperanzas. Bendito Dickens luchando contra tuenti. «La señora Joe era una mujer muy limpia, pero poseía el arte exquisito de hacer su limpieza más incómoda y desagradable para los demás que la misma suciedad. La limpieza vale tanto como la piedad, y hay personas que hacen lo mismo con su religión». Enigmático y pedagógico Dickens. Siguen temblando los análisis económicos de agosto. Cuan sospechosos resultan los nuevos ateos del placer, tanto como los que gorjean: por fin Keynes ha muerto.

Publicado en Mi Smythson

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