Por Joana Bonet
Elena Salgado rompió el molde desde muy joven. Nació en 1949, cuando Franco, en su discurso de fin de año, alertaba contra “el inútil e inmoral despojo que ese mundo marxista nos ofrece”. Pero la tercera hija de Ramón Salgado y Antonia Méndez resultó ser una chica despierta, oídos sordos a las recetas de paciencia sumisa que predicaba doña Elena Francis en las sobremesas con máquinas de coser. De adolescente, cuando empezó a militar en la disidencia, su padre, funcionario del régimen, reaccionó como un buen gallego: callando. Y animándola a hacer una carrera de hombres. Niña fina del colegio Delcroy, quiso ser ingeniera mientras militaba en la clandestinidad y se aficionaba a las óperas de Wagner. Había pocas como ella, la única chica en su curso de Ingenieros Industriales, mujer de ciencias que leía a Vicente Aleixandre y aprovechaba los veranos para conocer mundo.
Fue la primera mujer con la gran Cruz del Mérito Militar. En los consejos de administración de Renfe y Hunosa tampoco tuvo compañía femenina. Como ministra de Sanidad se atrevió a enfrentarse a las hamburguesas XXL de Burguer King, pidió a las empresas de moda que regularan sus tallas, quiso implantar, sin éxito, una ley para prevenir el alcoholismo juvenil y fue etiquetada como la “ministra antitabaco”, consiguiendo que el humo saliera de los despachos —incluidos los de Moncloa, donde Mª Teresa Fernández de la Vega se quitó del vicio, a diferencia de Zapatero—. En Administraciones Públicas logró imponer un estricto código ético y se la tildó de dura negociadora. Tiene una hija abogada en el Tribunal Penal para ex Yugoslavia.
Desde hace dos meses [en julio de 2009], Elena Salgado, gallega, 60 años, ha trascendido a más de 200 años de ministros de Economía y Hacienda varones. Mientras para algunos no tiene peso político y es opaca, para otros es eficaz e hiperprofesional. Dicen las encuestas que la conoce tan sólo un 60% de los españoles.
Entramos en el ministerio por las cocheras y accedemos por un ascensor interior a la planta noble, boisseries de nogal y Madrazos. En la calle, cuatro millones de parados y un país con un sistema productivo debilitado y en recesión. En el rostro de Elena Salgado se refleja el mismo orden que reina en la estancia, sin estragos visibles de la presión que en pleno apocalipsis se cierne sobre la vicepresidenta segunda del Gobierno y responsable de Economía. No evita ninguna pregunta y transmite lo que ella pretende: serenidad.
El hecho de que se pusiera un traje rosa para prometer el cargo, ¿tuvo alguna intención?
Me apetecía un color luminoso y suave. Evidentemente, cuando se abre un armario y se elige un traje hay algo en la cabeza, aunque no se diga. Quise dar una idea de serenidad, no tanto de feminidad. Estamos en medio de una crisis económica; dicen que este trabajo es muy duro. El propio presidente me preguntó si dormí bien la mañana siguiente al ofrecimiento. Así que quise transmitir serenidad.
Cuando Zapatero le propuso dirigir el Ministerio de Economía, ¿cuál fue la primera imagen que le pasó por la mente?
Esa satisfacción por la confianza que había depositado en mí. Después, me empezó a pesar la responsabilidad. Con la actual situación económica, hay que poner toda la fuerza. Y conviene que se note. Esa sensación de gran responsabilidad, confianza y orgullo femenino no ha terminado.
Aunque usted es muy sobria, cruzar por primera vez estas puertas le debió de impresionar.
Sí, porque en este ministerio hay una excelente galería de retratos de más de 200 años, todos varones. Y pensé que sería la primera mujer de lo que espero sea una larga serie. Tuve una cierta, no diré angustia, pero sí una impresión fuerte cuando tomé posesión. Estar en el corazón del corazón de la política es muy impresionante. Este ministerio lo es, porque los presupuestos del Estado fijan cuáles son las prioridades de un país y de dónde va a obtener los recursos para financiarlas.
Es una mujer de presupuestos y de gestión, tanto en la empresa pública como en la privada. Pero políticos como Mariano Rajoy han manifestado que en su caso la economía es “una página en blanco”.
Hay comentarios que califican a quien los hace. Evidentemente, tengo muchas cosas que aprender y lo hago de mis colaboradores, de las empresas, de los agentes sociales y de las reuniones internacionales. Ahora que la economía está tan globalizada, pretender que todo está en un libro y que uno debe saberlo todo antes de empezar, me parece una visión muy corta de la vida. Ya cuando estudiaba cuarto de Ingeniería tuve un excelente profesor de Economía que después fue presidente de La Caixa. Me gustaba tanto esa materia que decidí estudiar Económicas. Conozco el lado económico de la industria y la ingeniería.
Se la define como una mujer “aparentemente frágil” pero a la vez como una “dama de hierro”. ¿Buscando atributos masculinos a la feminidad?
Yo no sabía que el conocimiento, la experiencia, la fortaleza mental y el equilibrio se contaban por kilos. Ha sido una gran sorpresa para mí. Soy una mujer con virtudes y con defectos. Y los conozco. Lo importante es tener ganas de hacer cosas y capacidad para hacerlas. La mayor parte que me atribuyo, y no quisiera pecar de falta de modestia, es la de dirigir equipos. Saber motivar es lo más importante.
Algunos la consideran elitista. Otros dicen que es una ortodoxa de izquierdas y en su equipo me cuentan que es muy crítica con los poderosos. ¿En cuál de estos perfiles se reconoce?
Creo que las personas, especialmente las mujeres, somos muchas en una. En la Universidad, algunos de mis compañeros progresistas decían que era una “burguesita intelectual” porque me gustaba la ópera. Parecía que no se podía ser de izquierdas y que te gustara la ópera. Ahora resulta que no se puede ser de izquierdas y que te guste la moda, o apreciar la música clásica y ser moderna. Todo forma parte de una tendencia a encasillar, sobre todo a las mujeres. Yo soy la misma Elena en vaqueros que en un traje de noche. Y la misma Elena en un concierto de rock que en uno de música clásica.
¿Qué queda de aquella Elena a la que llamaban “la roja” en la Universidad, en un momento en el que muchos reniegan de la socialdemocracia?
Yo creo que la socialdemocracia está más viva que nunca. El keynesianismo y la intervención pública lo están, sobre todo, cuando la economía va mal. Pero nunca he sido partidaria de “abolir la propiedad privada”, ni en la Universidad ni ahora, aunque siempre he querido preocuparme de los que menos tienen. Evidentemente, si eso es ser de izquierdas, soy muy de izquierdas, muy socialdemócrata y muy socialista. No me avergüenzo, sino todo lo contrario.
¿El exceso de trabajo siempre ha formado parte de su vida?
Al vivir sola, porque mi hija vive fuera de España desde hace mucho, el trabajo va llenando todos los huecos que quedan. Seguramente, si viviera con mi hija o con una pareja, no sería así. Tal vez debería pensar un poquito en hacer otras cosas, pero soy feliz trabajando. Personalmente, me siento muy libre.
¿Qué tipo de madre ha sido?
Me inventé una frase que decía que con los hijos lo importante no es la cantidad de horas, sino la calidad. Y con esa autodisculpa he vivido. He tenido mucha suerte, porque si hubiera tenido una hija con problemas en los estudios o algo así, esa máxima seguramente no hubiera servido. Pero no ha sido el caso y el padre también hizo su parte de la tarea. Todo ha salido estupendamente y mi hija y yo tenemos una relación de adultas muy rica.
Muchas mujeres han renunciado a su ascenso profesional porque para ellas era prioritario triunfar en su vida personal. ¿Usted ha podido conciliar las dos cosas?
He tenido parejas y las he disfrutado. Normalmente han sido relaciones que han terminado bien. Así que no tengo ningún mal recuerdo ni la sensación de que en mi vida personal haya faltado nada.
¿Por qué le gusta tanto “El extranjero”, de Camus?
Me parece una obra maestra de la literatura. Define como ninguna otra este mundo en el que vivimos, de una cierta incomunicación.
Y la soledad.
La soledad es la falta de comunicación, que se convierte casi en desinterés por lo que a una persona le rodea. Afortunadamente, nunca me he sentido así, debe de ser terrible y el libro lo es. Expresa mucho cómo ha sido el siglo XX; espero que el XXI no sea así.
¿Cuál es su ópera de cabecera?
“Tristán e Isolda”, sin ninguna duda. Expresa un amor arrebatado que supera todos los obstáculos. Y el triunfo de la pasión. Eso está muy bien.
¿Defiende la pasión?
Sí. En su acepción más propia entre dos personas que se quieren, y también la pasión por las cosas, por las ideas y por conseguir aquello que crees que es justo.
Algunos de los que corearon el “Zapatero no cambies” sienten un cierto desencanto con la situación actual.
Esta crisis económica, la más grave que hemos vivido en España después de la depresión del 29, erosiona los afectos políticos. La persona que no encuentra un empleo tiende a culpabilizar a quien está en el Gobierno. Pero la derecha se equivoca si cree que esas personas apoyan sus políticas, porque aunque sientan cierta impotencia, ven que nosotros nos preocupamos más de quienes menos tienen.
¿Qué ha visto Zapatero en usted para darle un cargo de tanta responsabilidad? ¿No tener un ministro de Economía disidente como lo fue Pedro Solbes?
Es el presidente el que mejor sabrá por qué me ha elegido, pero si algo he demostrado en estos cinco años es que tengo criterio propio. Eso lo sabe Zapatero, he dado pruebas de ello.
Incluso fue capaz de regañar al Rey por fumar en un avión.
(Risas.)
Su padre era un funcionario del régimen franquista y, sin embargo, asistió a un colegio laico. ¿Cómo le ha marcado su infancia?
Me ha marcado mucho venir de una familia numerosa de chicos y de chicas en la que nos educaron por igual. Mi padre, aunque tenía ideas políticas de derechas, era muy feminista. Mi hermana mayor es médico y yo soy ingeniera, y cuando le dijimos lo que queríamos estudiar nos dio grandes ánimos. En mi casa no teníamos ningún problema en expresar lo que pensábamos. Ésa ha sido una cuestión importante en mi vida, sobre todo para entender que la convivencia es posible aún pensando diferente. Y el colegio Decroly fue definitorio. Era laico, pero lo que lo hacía especial es que algunos de los profesores eran docentes de Universidad represaliados después de la guerra. Y ese pensamiento abierto y científico me marcó mucho.
Usted fue ministra de Sanidad. ¿Hubiera suscrito la píldora del día después sin receta y el aborto sin consentimiento paterno con 16 años?
Tenemos una experiencia de varios años y de más de 500.000 mujeres de media anual que han tomado la píldora del día después sin problemas médicos apreciables. Estaba en mi intención hacerlo y estoy de acuerdo con la medida. Evidentemente, no se debe frivolizar, porque hay otros medios para prevenir el embarazo. Hay que incrementar la educación sexual de chicos y chicas y potenciar el preservativo como primera opción. Si esto falla, estoy a favor de la píldora. Y si esta medida no es posible y la mujer no desea seguir con su embarazo, se debe realizar un aborto en las mejores condiciones.
¿No le parece que estamos viviendo un cambio de era? Muchos ciudadanos tienen la sensación de fin de fiesta.
Estamos en una nueva era y cuando tengamos perspectiva histórica diremos que empezó con Internet. Uno tiene la sensación de que, a veces, más que producir cambios, vamos detrás de ellos. Por eso la capacidad de adaptarse es fundamental. Todavía estamos en un punto muy agudo de la crisis y nos queda por delante un camino muy largo de recuperación, que no nos va a llevar a la situación anterior. En algunas cosas, afortunadamente.
¿Como cuáles?
La permisividad con la codicia de algunos actores del sector financiero, que ha sido el origen de esta crisis. Debemos tener una economía abierta, pero con unos principios morales y éticos más robustos. Eso es lo que espero que salga de esta crisis.
¿Qué sintió al recibir tantas críticas cuando utilizó la expresión “brotes verdes”, que ya habían usado economistas y políticos internacionales?
Me parece una expresión adecuada y me gustaría que se me hubiese ocurrido a mí, en vez de copiarla. Parece que no podemos detectar señales de esperanza y que hemos decidido que no hay salida a esta crisis. Ésa es una mala política. La única manera de que un brote verde crezca es que se le preste atención. Si procuras que se haga fuerte, se convertirá en un árbol. Con toda la cautela, pero ¿por qué no vamos a decir que hay alguna señal positiva?
Quizá porque nos encontramos con las peores cifras de la democracia en cuanto al paro, a la recesión, al PIB, aunque asegura que no llegaremos a la deflación.
A la deflación no llegaremos porque han bajado los precios del petróleo, que en un año han pasado de los 150 a 60 dólares, y eso no va a volver a suceder. En cuanto al paro, que es una tragedia, sigue habiendo más personas trabajando que las que había hace cinco años, lo que pasa es que nuestra población activa ha crecido enormemente con la inmigración y la incorporación de las mujeres al mercado laboral. El paro continuará en niveles altos porque la temporalidad lo favorece y porque es un indicador retrasado: primero empiezan a mejorar otras cosas y luego sigue el empleo. En los últimos años hemos sido el país que más empleo ha creado de Europa. Ahora es justo al contrario, el desempleo crece en España mucho más rápidamente.
Se habla de la década perdida que nos espera, como la tuvo Alemania de 1994 a 2004. ¿Cómo se puede acortar esta etapa que algunos predicen?
Todavía me sorprende cómo los economistas que han visto fallar todas sus predicciones a un año, las hagan a diez. Me causa estupor. Nadie en el inicio de esta crisis fue capaz de prever la que se nos venía encima y, sin embargo, ahora creen que son capaces de decir lo que va a pasar en la próxima década. Confío muchísimo en la forma en la que los españoles se reponen ante las dificultades. Somos un país que salió de 45 años de dictadura de una manera ejemplar. Somos capaces de todo.
Otra de sus predicciones es que no vamos a llegar a los cinco millones de parados.
Eso por supuesto.
Después de la polémica del esmoquin de la ministra Chacón, ¿vigila más su imagen?
En aquel momento me preocupé por Carme, por cómo lo estaría pasando. La llamé por teléfono para que supiera que estaba con ella. La crítica me pareció fuera de lugar, porque cuando no hay historia, es difícil que haya protocolo, y nunca había habido una ministra de Defensa. Su discurso fue impecable y nadie se fijó en él, eso es lo triste. ¡Si los que criticaron su atuendo al menos hubieran hablado de su discurso!
¿Existe una relación tormentosa y antagónica entre usted y Esperanza Aguirre?
Nuestra relación personal no es mala. Esperanza Aguirre es una persona muy extrovertida y directa y no es fácil tener mala relación con ella, pero pensamos de manera absolutamente contraria. Para ella, público es sinónimo de ineficiente, piensa que las ayudas son algo que habría que desterrar del vocabulario y que la sanidad y la educación privadas funcionan mejor que las públicas. El problema no es que lo piense, sino que trabaja para que su prejuicio se convierta en realidad. Pero yo no tengo ninguna necesidad de oponerme a lo que ella hace y, sin embargo, ella parece que sí.
¿Recién cumplidos los 60 años, en qué momento vital se encuentra?
En el de más libertad, porque la experiencia te da seguridad en ti misma. Tengo la sensación de haber sido una privilegiada. Siempre lo digo: si algún día tengo un nieto a quien contárselo, le podré hablar de una vida en el franquismo, en democracia, en crisis económicas, con el socialismo, en los ministerios, la empresa privada. En el terreno físico empiezo a notar alguna limitación; ahora me da más miedo subir la montaña, aunque sigo haciendo trekking.
¿Botox?
No, pero porque ya estaba en puestos de responsabilidad cuando aparecieron las arrugas y no podía permitirme estar unos días fuera de combate. Eso me pasa también con la montaña. Pienso que si se me tuerce un pie, mañana no puedo ir a esa reunión tan importantísima. A mí me parece que las arrugas forman parte de la expresión, pero dicho esto, insisto: si a mí, de repente, me saliera una mancha grande en la cara, no tengo ninguna duda de que intentaría quitármela.
¿Duerme bien?
Como un bebé. En toda mi vida yo creo que he dormido mal dos o tres días.
Entonces, en el Ministerio de Economía se duerme bien…
En el ministerio, no. Pero al llegar a casa, sí, perfectamente. El día siguiente lo afronto como un día entero lleno de oportunidades, con ganas de poner en marcha nuevas ideas y proyectos.
(Marie Claire, julio de 2009)
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