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La maldición del amarillo

«A Paula le dio un amarillo», le contaba una jovencita a su amiga, apoyadas en el banco de un parque. Me quedé intrigada. El amarillo infiltrado en el lenguaje eufemístico de los tabúes. En otro tiempo se le llamaba jamacuco, yuyu o blancazo a la bajada de tensión del porro. Pero ahora le ha tocado el turno al amarillo. La mala suerte de este color es tan acusada que no le basta con ser maldito en los teatros, ni con definir al periodismo más canalla. Lo amarillo es traidor desde tiempos de Judas, representado con una túnica amarilla. Y aunque suene a literatura de horóscopo, según el manual Psicología del color de Eva Heller, se trata del color más contradictorio: por un lado incita al optimismo y por otro representa la envidia, la ira y la mentira. En inglés, yellow significa también cobarde; y en Francia la risa amarilla es una risa falsa.

Ante la mala reputación de este color, la utilización del adjetivo amarillo, incluso catapultado como ismo para referirse a la prensa sensacionalista, parece justificada. El amarillismo se convirtió en un producto de masas, ávidas de ingerir carne picada. Pero ajeno a la simbología del color, el término se debe a unas viñetas que publicaban el New York World —propiedad de Joseph Pulitzer— y el New York Journal —de William R. Hearst—. El New York Press, al margen de la batalla entre Hearst y Pulitzer, los acusó de hacer «periodismo amarillo»: falsear, generar morbo y conseguir fuentes a golpe de talonario.

La división entre prensa seria y prensa sensacionalista se concreta, entre otras cosas, en las ventas. Los famosos tabloides ingleses, que ya tienen preparada una cuenta de futuras indemnizaciones en su modelo de negocio, alcanzan los tres millones de ejemplares, como el recién desaparecido News of the World. Pisotear el código civil y vulnerar los derechos de los ciudadanos utilizando recursos como micrófonos ocultos, detectives privados y sobornos a policías o porteros siempre ha formado parte de la praxis del tabloide. Pero los extravíos de la ética periodística se han producido en las mejores familias. En el 2002, la dirección del The New York Times tuvo que pedir perdón cuando se descubrió que una de sus estrellas, Jayson Blair, había cubierto la invasión norteamericana de Iraq desde su sofá de Manhattan. Y ahí está el caso de Tomasso Debenedetti, que inventaba entrevistas para La Repubblica o Il Corriere della Sera. Incluso el maestro de periodistas, Kapuscinski, fue acusado por su ayudante de haber falseado grandes historias.

El caso del News of the World y sus prácticas criminales tendría que significar un antes y un después en la compleja historia de la prensa amarilla. Lo paradójico es que siga existiendo un modelo que destina grandes cantidades de dinero y espías para conseguir información. Lo paradójico es que sigua existiendo un modelo que destina grandes cantidades de dinero y espías para conseguir información, y otro, el serio, donde cada vez más escasean los medios necesarios para encontrarse con la verdad.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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