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El idioma centrífugo

En tiempos donde lo formal es esencial, y el envase a menudo se convierte en el propio mensaje, resulta sorprendente que la clase política se haya aplicado tan brevemente en la ciencia del bien decir. La televisión, como espejo, amplifica el coro de voces, y nunca habían proliferado de tal forma las tertulias y otros gallineros donde se brama, se increpa y de vez en cuando se dice algo del estilo: «Luego dirán que soy popularista (sic)», como afirmaba sin sonrojo Belén Esteban. Ante el dramático destrozo de la lengua que se practica en antena, y que a menudo alcanza la cima en los mensajes completamente ágrafos que aparecen como rótulos a pie de pantalla, resurge la nostalgia por los buenos oradores. Ese fue uno de los encantos del Obama candidato, con discursos estructurados y lúcidos que además contenían un pulso poético capaz de arrancar alguna emoción.

En el último debate del estado de la nación, quienes hablaron mejor fueron dos clásicos, reconocidos como mejores oradores por la Asociación de Periodistas Parlamentarios: Duran Lleida y Erkoreka. Qué feliz paradoja: lejos de quedar relegados, como nacionalistas, de la defensa del castellano, lo aplican con propiedad y estilo, expresión y mirada. Y ese es, precisamente, uno de los objetivos de la buena oratoria, que más allá de informar, enseñar o deleitar, busca provocar emociones. Duran pronuncia bien el castellano, y a veces chispea la improvisación. «No sé por qué se van, si ahora viene lo bueno» dijo en su turno y ante la habitual salida de la sala de decenas de diputados. Además de enfatizar sus palabras con gestos, o de repetirlas como si imaginariamente las subrayara con un rotulador fosforito, fue de los pocos que acudieron al debate con la propuesta de un pacto de final de legislatura. Y gracias al manejo del lenguaje, y un discurso estructurado, se erigió de nuevo como valedor de la equidistancia y la política elegante.

Josu Erkoreka es un orador que nunca sube el tono —al igual que Llamazares— y pese a que se le escapen los participios terminados en «o» (intentao, esbozao) o transforme las des finales en zetas (realidaz), utiliza palabras infrecuentes en el estrado como «algarabía», e incluso recurre a latinajos y anglicismos que si no sono veros sono ben trovatos: «primum vivere et deinde filosofare. Y a fe mía que el Gobierno se abrazó a él con singular entusiasmo, persuadido de que, como la economía aparentaba ir bien, se podía dedicar alegremente a la filosofía y a la flower policy». Pero no basta con los premios de los periodistas. Los buenos oradores, hoy tan escasos como necesarios, ejercen en representación de aquellos ciudadanos que reivindican la buena retórica como previa indispensable para comunicar, persuadir y actuar. Además de la demostración fáctica del buen castellano que también se habla por esos lares a los que algunos llaman periferia.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. La emoción…esa es mi bandera. Sin emoción no hay comunicación que valga la pena. Un abrazo muy grande Joana

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