Si bien la exhibición de Weiner no pasa de la categoría de bobada —y no debería molestar más que a su mujer—, su partido y el propio Obama le han aconsejado que dimita. Se trata de un nuevo revuelo en la cadena de escándalos sexuales que sacuden la política de norte a sur (curiosamente, en España se mantiene la omertà, y no porque sus protagonistas sean más mojigatos o prudentes, sino porque, como ocurre en Francia, se respeta y sobrevalora la privacidad, e incluso algunos individuos condenados por acoso, como el ex alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez —caso Nevenka—, siguen allí cuando el dinosaurio despertó). En la cultura del poder perviven tics invariables desde Nerón. La manera de pisar o de mirar. La consentida estafa intelectual a fin de manipular a la opinión pública. El mundo del confort tan bien representado en el tamaño de la mesa o en la blancura de su sonrisa. La ciencia, en los últimos años, se ha referido a los trastornos que origina el poder y ha subrayado que la capacidad para ejercer el liderazgo incluye grandes dosis de fortaleza, pero también de narcisismo y egolatría. «Los individuos astutos, dominantes, crueles, persuasivos, falsos, manipuladores y audaces son óptimos candidatos para situarse en posiciones de ventaja en las luchas por el poder», aseguraba Adolf Tobeña en su ensayo Cerebro y poder. Mucho ha ahondado este catedrático de Psiquiatría en la relación entre poder y testosterona. Incluso puso etiqueta a la nueva promiscuidad superficial: los sociosexuales, que tienden a «un tapeo sexual que no protagonizan sólo los individuos proclives a ello, sino que ha calado en los hábitos de la gente más cauta».
El The New York Times de Jill Abramson, a raíz del caso Weiner, se ha hecho eco de esta falta de cautela. «¿Por qué las mujeres no caen en escándalos sexuales?», titulaba. Y partía de la premisa de que haberlas, haylas. Y más cuando solventes estudios aseguran que, hasta los 40 años, las mujeres son tan propensas al adulterio como los hombres. Veamos algunas respuestas: porque ellas se presentan con el objetivo de hacer algo mientras que los hombres buscan ser alguien; porque les ha costado más llegar y andan de puntillas; porque las mujeres con poder, en lugar de atraer, repelen; porque no les queda tiempo para engañar; porque son más inseguras y por tanto menos narcisistas. O por una simple y pura cuestión estadística: porque en el Capitolio hay 89 mujeres y 446 hombres.
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