«¿Y el poder del periodista?», se preguntaba Malcolm: «Todo periodista que no sea demasiado estúpido o engreído para no advertir lo que entraña su actividad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno». La historia entre MacDonald y McGinniss acabó mal: tan traicionado se sintió el convicto al leer el libro que se querelló contra su biógrafo, a quien acusó de haber cometido un «asesinato del alma». Janet Malcolm hurgó insistiendo en la necesidad de enfriar la información, además de renunciar a la empatía que otros maestros del periodismo, como Kapuscinski, tanto reclamaron. Malcolm insistía en que el buen periodista debe tener el lápiz afilado y no caer nunca en la compasión, a riesgo de ser amoral.
Ahora la periodista publica Iphigenia in Forest Hills, sobre el caso Borujova, una bella doctora nacida en Uzbekistán, judía ortodoxa y miembro de una secta, que fue condenada en el 2009 por haber encargado el asesinato de su marido, a quien un juez concedió la custodia de su hija Michelle. Janet Malcolm —75 años y al pie del cañón— acabó metiéndose tan a fondo en el proceso que hizo algo que nunca había hecho como periodista: «Me involucré en la historia que estaba cubriendo. Entré en ella como un personaje que podría afectar su trama». Y marcó el teléfono del abogado de Borujova a fin de conseguir un nuevo interrogatorio para la mujer a la que, por su frialdad y su aspecto, cubierta de la cabeza a los pies, ni el jurado se atrevía a mirar. ¿Dónde quedan la amoralidad y la helada distancia que tanto había recomendado Malcolm? ¿Por qué razón no se limitó a tomar notas y reconstruir la historia? Pese a inclinarse hacia la culpabilidad de Borujova, se entrometió para reclamar un juicio más justo. Aún no he leído Iphigenia —esperando a la traducción al castellano—, tan sólo fragmentos y algunas reseñas en las que se critica a Malcolm por mostrar debilidad hacia Borujova. La veterana periodista sostiene que el juicio fue una farsa y que el sistema judicial sobre las custodias, de tan imperfecto, es una bomba de relojería. Aunque hay algo que Malcolm ha destacado con maestría en su libro: nadie puede recordar dónde estuvo Michelle, la niña, horas después de que su padre fuera asesinado en el parque delante de sus propios ojos. Ese es el reportaje que le queda por escribir.
No la conocía, Joana. Gracias a Arcadi, me he acercado a sus papeles, imaginando su sobrevuelo por aquellas playas de los Caños, invadidas de alcohólicos soñadores de la palabra poética. Es vd. atractiva, condenada, y conoce que la mujer no llega nunca a la cumbre porque, en el fondo, no quiere. Lo cual la hace todavía más interesante. He comenzado a beber compulsivamente, intentando encontrarla entre sueños de alta costura. Ya le contaré, si alcanzo a acariciar sus encantos.
El quicio de la mancebía [EQM]
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