¿Qué ha ocurrido para llegar hasta aquí? ¿Cómo se han formado estas telarañas y se ha extendido la carcoma para que un país que aceleró todos sus motores desde la Transición, levantando una poderosa ráfaga de anhelos, acabe saliendo a las plazas para mostrar su desencanto? Aunque ahora, por fin, se aluda a la falta de creatividad de los políticos, a la intolerable corrupción que sigue desfilando en los carteles electorales y a los abusos vitalicios producidos en las cabinas de mando, ahí está la mancha de la precariedad que se extiende con desesperación. La misma que eterniza el estatus de un becario que hace el trabajo de un senior por 400 euros. La que atiende al nombre de endogamia: un microcosmos organizado para una clase VIP ansiosa de conservar los privilegios heredados en el periodo de las vacas gordas cuando, al calor de la abundancia, todos acabamos adquiriendo costumbres sibaritas. Un tiempo en el que la prosperidad fue adormeciendo el impulso, florecieron los egos, y el mercado logró fabricar un pedazo de Arcadia: rápido, fácil y efímero. Desde que asuela la crisis, quienes hace años pasamos con una naturalidad apabullante del autobús de línea a la ventanilla del avión, o de la Olivetti al Mac, nos sentimos más que nunca un mero paréntesis. Hemos vivido mejor que nuestros padres, pero también que nuestros hijos. Si éstos apuntan a generación perdida, la nuestra es la generación paréntesis, la que albergó el sueño del progreso desde una mirada keynesiana y acabó hinchando un globo que le estalló en las manos. Impotentes e incapaces de pasar el testigo, garantizar un puesto de trabajo, unos derechos sanitarios o una jubilación a los que vienen detrás. Pensadores como Daniel Innerarity aseguran que nuestra sociedad se moviliza más por la agitación del pasado que por proyectos de futuro. Aunque ignoro si el 15-M es un revival; tal vez traiga ecos, pero no tanto del Mayo del 68 como del No future nacido en los nebulosos barrios obreros de las ciudades inglesas.
Ni-nis reconvertidos en no-nos que, en un suspiro, han pasado de la desmotivación a la movilización, aunque más de uno sólo proteste por no poder pagar la factura de su iPhone. Difuminadas las clases y los credos, red skins, hacktivistas, parados, universitarios y perroflautas, se han mezclado como nunca harían en un bar. Su estela marca los puntos para trazar la línea imaginaria que va desde los movimientos antiglobalización hasta las protestas de Atenas y Londres, y que ha recibido, como en casi todos los procesos miméticos que impactan emocionalmente, el estímulo de las revoluciones árabes. La juventud, ese tiempo legítimo para creer que todo es posible, nunca ha tolerado que le roben una de sus características intrínsecas: la omnipotencia. «Sé realista, pide lo imposible», decía el viejo eslogan. Hoy nos dicen que basta con esperar lo mejor de lo peor. Y lo anómalo sería hacerlo.
Increible tu prosa…es una campo de margaritas en el desierto. Te echo de menos….
De las muchas cosas que llevo leyendo estos días, ésta, con mucho, es de las más certeras y de la que nos deben llevar a reflexionar. Estamos en un momento de desesperanza generalizado, la sensación de que cada vez vamos a peor, en todos los sentidos, se nos está incrustando en la médula. Y eso, es lo peor, sin esperanza no podemos vivir, el “no future” es la muerte civil. Algo debemos hacer, no podemos quedarnos de brazos cruzados, tenemos la obligación de mover el mundo, de hacer de él un lugar en el que se pueda vivir. Ojalá, vengan tiempos de reflexión, templanza y recuperemos valores de humanismo, solidaridad y bondad, si no lo conseguimos habremos convertido nuestro mundo en una grandísima mierda.
Ke bien escirto y pensado esto Joana, amén de las molestias se ve que no te sienta nada mal el reposo obligado!!. Allez.