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Sol de abril

El cuerpo, casi desnudo, tumbado bajo el sol. Los dedos abren un frasco de aceite para derramarlo sobre la piel. Primero unas gotas, pero una súbita impaciencia descarga un chorro del líquido que la otra mano se encarga de extender hasta formar una pátina que refulge con la luz. No hay mejor excusa para acariciar el yo que recorrer con la palma de la mano los pies, las piernas, los muslos, la tripa, el pecho, el escote, el cuello, los brazos… hasta que una ligera brisa aletea sobre la toalla y se deja sentir en la cintura. Un soplo de aire en el flanco derecho asciende hasta las costillas y bambolea justo en el plexo solar hasta que muere, derrotado por los rayos de luz amarilla. La espalda siente la tela, el algodón rizado de la toalla, mientras los pies perciben la arena escurridiza o el quejido de la lona de la hamaca. Los auriculares rozan el cuello y la mejilla derecha. El cielo azul siempre va con banda sonora. Y la trompeta de Chet Baker, que difícilmente puede abstraerse al recuerdo de su cara, ahora forman parte del paisaje. Ahí está, la postal. La imagen tantas veces fijada como promesa de felicidad. El horizonte y sus acompañantes. Porque casi siempre que se contempla la línea infinita se hace en correspondencia a un sentimiento de belleza. Falta el gusto, un sorbo, basta el agua. Su sabor adquiere grado de perfección. Redondea en la boca, se enfrenta con su poderosa neutralidad en el paladar, y evoca la fuente cristalina mientras baja por la garganta. El placer de sentirse vivo parece completo mientras los cinco sentidos orquestan su elegía bajo el sol de abril.

Publicado en Mi Smythson

2 comentarios

  1. kripton kripton

    que relato tan sugerente y seductor…

  2. Así se siente Abril.

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