Las metáforas de animales continúan acompañándonos de por vida y su papel se transforma según épocas y sensibilidades. Estos son tiempos de iguanas, monos capuchinos, hurones y cerdos filipinos en el salón de casa. El exotismo, lo naif y la conciencia ecológica se dan la mano. El animalismo alcanza sus máximas cotas de poder y la defensa de los animales se acerca a la de los hombres. Con este contexto de fondo, Dale Peterson, biógrafo de Jane Goodall, ha publicado «Las morales vidas de los animales», inspirado en las encantadoras historias de elefantes que pintan cuadros o monos que hablan por teléfono. Pese a su compromiso naturalista, Peterson reconoce que «es el colmo del absurdo antropomórfico proyectar los valores y comportamientos humanos en otras especies para después juzgarlas por su similitud o cercanía con nosotros». Y a la vez asegura que sobrevaloramos la moral humana que, como afirma en “>The Wall Street Journal, no es más que un conjunto de primitivos instintos psicológicos. Existe una desarrollada tendencia a recurrir a la animalización para definir a un individuo o a un grupo. El periodista Iñaki Ellakuría recogía el apodo que recibe el ejecutivo de CiU, el gobierno caracol, por la lentitud en la toma de las decisiones. Aunque la lentitud no siempre es sinónimo de desastre, según el gurú de la Bolsa José Antonio Madrigal, creador del movimiento Tortugas Hispánicas. Sin olvidar los gatos persas que utiliza la empresaria María Reig, impulsora de Barcelona Global, para definir a quienes se apoltronan en el sofá, bellísimos e inmóviles, siempre sonrientes, posando con estilo, pero paralizantes.
Desde su nombramiento, Zapatero nunca ha escapado a las metáforas de animales. De Bambi a lobo con piel de cordero, aludiendo a su primer mandato buenista, dedicado a competir en derechos sociales con Suecia, y al posterior endurecimiento de su política económica. Hoy acaso se le pueda comparar con un oso panda, símbolo de buena voluntad y estrella del zoo al principio, pero que tiende a ser olvidado cuando se aburren de él.
Muy diferente al zorro, símil que la oposición ha dedicado a Rubalcaba, un animal que encarna la astucia y la intriga. O a los atributos de ardilla que le han otorgado a Chacón: activa, constante, vistosa, sensible al ascenso y empática con el cariño del público. En una entrega de premios de periodistas parlamentarios, Bono definió a Rubalcaba como «la liebre eléctrica, la que engaña a los perros que a su vez engañan a otras liebres para que corran». La sofisticación de las metáforas políticas basadas en el reino animal es inabarcable. Perros de caza que husmean todo asunto que huele, pavos reales que, a pesar de sus cohechos, siguen exhibiéndose con trajes de colores, avestruces que esconden la cabeza ante los escándalos… O rapaces que sobrevuelan a su víctima a la espera de caer sobre la Moncloa.
Comentarios