El relato de Karl Bruckner contenía un dramatismo paralizante, sobre todo porque narraba una historia real, la de Sadako Sasaki, la niña de dos años a quien la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima sorprendió en el parque. A los doce murió de leucemia. Hace unos días, La Vanguardia, en la iniciativa solidaria con Japón, recordaba su historia así como el símbolo de la grulla, una de las figuras tradicionales del origami, la papiroflexia japonesa. Sadako y sus pájaros de papel se convirtieron en estandarte del pacifismo nipón. La estatua que le dedicaron en Hiroshima incluye esta advertencia: «Recordad a Sadako Sasaki. Pensad en vuestros niños. No digáis: “Es más prudente no contarles lo que sucedió”. ¡No es más prudente! Porque el que no conoce el peligro, sucumbe a él». Nos resulta admirable la resiliencia de los japoneses, quizá por el concepto de gaman, tan arraigado en su cultura, que les lleva no sólo a vivir digna y pacientemente sino a perseverar ante la adversidad. Pero, ¿qué les contarán los padres a sus niños, ya sometidos a controles de radiación? ¿Seguirán observando las piedras de un jardín zen si se saben afectados por los reactores de Fukushima?
La percepción social del peligro nuclear ha mutado con los años. De los motivados pins en blanco y negro hemos pasado a la resignada convicción de que el mundo, para seguir rugiendo, necesita la energía atómica como el agua. La huida hacia adelante ha encumbrado sus excelencias; el lobby que la defiende nos la vendió limpia y segura, en lugar de cara y peligrosa. Mientras asistimos al descontrol radiactivo de Japón, me pregunto por qué me olvidé de Sadako. Sucumbí, como tantos, al devenir de un progreso estoicamente temerario. Pero también me pregunto por qué el pragmatismo de una sociedad voraz cierra debates necesarios —hasta que no acontece una catástrofe— como el de la seguridad de las centrales nucleares, y el impulso de las renovables. Tal vez por ello me aferro a las aspas de los molinos de viento que atraviesan el paisaje de mis veranos, en el Sur. Esos que algunos dicen que afean el paisaje y que a mí se me antojan lúcidos e indispensables quijotes.
Magnífic com sempre. Una manera delicada i Intel,ligent de defensar les renovables