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Las otras revoluciones

Existen las revoluciones violentas y sonoras, las rápidas y a la vez profundas, también las que producen inquietud y alboroto. Todas ellas quedan recogidas en el diccionario, junto a la acción o efecto de revolver o revolverse, no necesariamente contra nada ni nadie. En política, el cambio de siglo se ha caracterizado por las revoluciones cromáticas: la naranja en Ucrania, la verde en Irán, la azafrán en la antigua Birmania, además de los movimientos sociales como las mujeres de negro de Iraq o las damas de blanco de La Habana. Curioso parentesco el del color como símbolo liberador. Mucho se ha insistido en calificar de excepcional la última revolución tunecina: el empoderamiento del pueblo hostigado por la precariedad mientras sus dirigentes habían convertido el gobierno en un negocio. Pero el término «revolución», que siempre ha henchido de grandeza un titular sirviendo de alimento poético y eslabón ideológico para imprimir un sentido vital al deseo de justicia y poder, hoy se aplica a la vida en minúsculas. Asistimos a otro tipo de revoluciones silenciosas que han transformado los hábitos cotidianos y nuestra forma de relacionarnos con el mundo: desde el microondas que sustituye al cazo de leche en el fuego hasta el e-mail en lugar de la carta, pasando por los sofás de Ikea allí donde agonizaba el tresillo, o Wikipedia, que estos días ha cumplido diez años y ha reemplazado definitivamente a los fascículos de Espasa o Bruguera que nuestros padres se empeñaban en coleccionarnos porque no había mejor herencia que ese continente mágico que supuraba saber por sus lomos.

A pesar de los índices de fracaso escolar y la zafiedad de algunos contenidos televisivos, la gente nunca había querido saber tanto como hoy. Pero lo más revolucionario de Wikipedia es la forma en que desordena el saber: allí coexiste lo verdadero con lo falso sin importar demasiado la escrupulosidad cuando el conocimiento colectivo ha superado al acto individual de buscar una palabra con ayuda del dedo índice en el diccionario. La enciclopedia libre también ha evidenciado cómo la adquisición de conocimientos, lejos de asociarse al sacrificio o al esfuerzo, se ha convertido en un pasatiempo colectivo.

El marketing emocional de Ikea nada tiene que ver con el prestigio y la naftalina del mueble de anticuario. Sus piezas funcionales configuran un mundo más higiénico así como un gusto universal sin molduras ni artificios. Lo mismo ocurre con la vida del password: un repertorio de claves, contraseñas y pins que procuran una ilusión de intimidad precisamente para quebrarla y concurrir a la nueva ágora virtual. Aunque lo crucial de las micro o macrorrevoluciones, tal y como sostiene el delicioso Beaumarchais de Flotats que ayer se despidió de Madrid (e incomprensiblemente de momento no pisará Barcelona), es que rubriquen el derecho a la felicidad.

(La Vanguardia)

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