Saltar al contenido →

El huevo

Cuando se hizo pública la concesión del Nobel a Vargas Llosa y los fotógrafos corrieron a su apartamento de Manhattan para retratarlo con el perfil de la ciudad detrás de su sofá, el escritor estaba leyendo un periódico. Su cabecera se apreciaba bien en las fotos, era The New York Times Book Review y un mancha amarilla ilustraba el tema de portada. Un huevo en medio de tan sofisticada crítica literaria. «Orígenes, cómo los nueves meses anteriores al parto condicionan el resto de nuestras vidas», escrito por la periodista científica Annie Murphy Paul, que tras tener su primer hijo decidió estudiar la transmisión de los genes, se ha convertido en un auténtico fenómeno en EE.UU. La autora trataba de descubrir los conductos por los cuales se hereda la sensibilidad o la impaciencia, la forma de ponerse las gafas o la adicción a la sal. Durante su investigación, volvió a quedarse embarazada, por lo que pudo abusar de la primera persona. Y llegó a una conclusión: hay enfermedades que, más allá de la genética, pueden transmitirse durante el embarazo, desde la diabetes hasta las enfermedades mentales. Aparte de su talento narrativo, Paul se instruyó a fondo para explorar mitos, analizar evidencias científicas, entrevistar a mujeres y a médicos, y seguir multitud de experimentos referidos al origen del feto. Para los críticos, el asunto no hace más que incrementar el estado de ansiedad de muchas embarazadas. Ese paciente silencio que en algunos insomnios arrastra poderosas resacas: ¿nacerá bien mi hijo? Y que ante la confianza que producen los baños de oxitocina va transformándose en satisfacción íntima, invistiendo de poder a esa mujer que ni siquiera se permite desear que sea chico o chica, rubio o moreno, sólo que nazca sano.

En Occidente, nunca se había ahondado tanto como ahora en el estudio de la maternidad, justo cuando los niños se han convertido en un bien escaso. Las bajas tasas de natalidad, en especial en Europa, y la complejidad que para muchas mujeres supone compatibilizar su éxito profesional con una vida familiar, han impactado negativamente sobre esa decisión que antaño era un mandato. La decisión de ser o no sermadre goza de mayor comprensión en nuestro fuero social, tanto para aquellas que deciden afrontar la maternidad en solitario como para quienes son madres a partir de los cuarenta. Pero al mismo tiempo una nueva onda expansiva que roza el integrismo maternal aboga por un regreso a la tradición, una especie de subcultura amish que anima a que las madres abandonen sus puestos de trabajo, se dediquen a lavar pañales ecológicos y den el pecho a sus hijos hasta los dos años.

Si internet ha modificado nuestra forma de pensar, imaginemos el impacto que supone la maternidad en la estructura mental. No sólo interviene en lo que se ve, se aprecia y se siente, sino en los pensamientos parásitos que se adhieren tozudamente en el renglón de las quimeras y en la proyección del tiempo. Si las hipótesis de Annie Murphy Paul son ciertas, la ciencia tiene una nueva base para analizar la naturaleza humana, y las madres una nueva perspectiva para esmerar sus cuidados a lo largo de nueve meses en los que hemos demostrado sobradamente que no estamos enfermas. Pero ojalá la necesidad del equilibro físico y mental de las futuras madres incidiera en quienes aún penalizan la maternidad. En la Universidad de Stanford se realizó el año pasado un experimento revelador: respondieron a más de 600 anuncios para seleccionar directivos con currículum falsos. Una candidata sin hijos recibió el doble de llamadas que las que sí los tenían, mientras que a los hombres no les afectaba tener o tener descendencia. Ante el desmembramiento de las conquistas sociales, deberemos comprobar hasta qué extremo los factores externos condicionan el vínculo madre-hijo y, sobre todo, amenazan el futuro del huevo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *