La terminal es un extravío en sí misma. Un aire de desamparo va instalándose en las cintas mudas. No hay destino. Más que de caos, la sensación es de abandono, el fin del orden, los cielos cerrados, los planes torcidos. «Son mala gente, unos privilegiados e insolidarios; cómo se atreven a hacer esto con cuatro millones de parados. A la cárcel deberían ir». Voces. Más impotencia que ira. Veo parejas jóvenes que lloran, quizá París o Venecia, tal vez su primera escapada. Colas de dos kilómetros en los puntos de información, qué hacemos, dónde recuperamos el equipaje. Veo a gente discapacitada buscando maletas, la dificultad triplicada. Los niños ejercen como siempre de héroes improvisando un frontón con una pelota de tenis mientras los mayores van congelando el gesto. La T4 es un entrecejo fruncido.
Pasamos más de una hora y cuarenta minutos mirando la cinta 3 de la sala 10. Conozco al detalle las maletas perdidas que siguen dando vueltas, ahora en mi cabeza. El reflejo de las palas metálicas duele a la vista, también su absurdidad, girando sobre sí mismas sin fin… No hay futuro inmediato, sólo incertidumbre. La perplejidad y el sabotaje. Leo el blog de una controladora que asegura que no cobra ni la mitad de lo que revelan los periódicos, unos 200.000 euros al año: «No somos suficientes controladores, y es lo que hay. No damos abasto, coño. No os queréis enterar. Nos exigís currar todos los días para tener vuestros putos puentes y vuestras putas vacaciones. ¿Por qué vosotros tenéis todos los derechos del mundo y nosotros ninguno?». ¿Derechos? Al margen de las graves consecuencias que supone paralizar un país, dos mil individuos han sido capaces de pisotear la libertad de 650.000, incluso de matarles la poesía.
Bon dia Sra. Bonet,
li escric perquè estic buscant el seu llibre “Mi vida es mía”, però sembla que está descatalogat. Podria dir-me si us plau on el puc trobar, o si és possible comprar-lo per internet? Sóc catalana però visc a Alemanya de manera permanent. Moltes gràcies
Núria Picallo