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Código caciquil

La diversidad cultural es un asunto pintoresco. Y de forma especial cuando se impone en forma de código laboral. Vean si no la diferencia que existe entre un empleado de la entidad bancaria UBS, a quien la normativa interna le aconseja que use ropa interior de buena calidad y fácilmente lavable, y un funcionario del Ministerio de Culturas de Bolivia, obligado por el Viceministerio de Interculturalidad a vestir ropa tradicional cada lunes. Las secretarias y los ujieres salen de casa el primer día de la semana con sombreros de campesino, unkus y llijllas multicolores. El viceministro Ignacio Soqueré aprovecha los lunes para encasquetarse un tocado en forma de cola de pavo real a fin de despachar con autoridad multicultural la agenda del día. Ojalá fuera teatro, pero la imagen se puede ver en la web de la cadena de televisión boliviana EJU. En nombre del enardecido orgullo patrio, la izquierda boliviana humilla a sus funcionarios, que tienen que contestar al teléfono o redactar informes vestidos como extras del carnaval de Tenerife. En la encantadora Suiza, en cambio, la visión del mundo se higieniza. El banco UBS ha decidido que sus empleados deben impresionar al cliente, aunque también se confiesan aterrados por que los trabajadores temporales —cada vez más numerosos— parezcan lo que en verdad son, temporales. Sin la habitual frialdad o arrogancia de los fijos, ajenos al traje de buena hechura; ellas con las uñas de negro o con art nails realizados primorosamente por una manicurista dominicana. Incapaces de inspirar la confianza necesaria de quien, a través de su buen corte de pelo —sin tintes, especifican—, infunde credibilidad a los caprichosos inversores. Por ello, han aplicado una norma sobre la vestimenta y el aseo personal en un ejercicio de intromisión en la privacidad que alcanza hasta unas medias torcidas.

«Demasiado sexy para trabajar en Citibank», leía en otro titular del New York Daily, referido a una mujer que fue despedida porque «despertaba la libido de sus jefes varones». Afortunadamente no lo hacía con las mujeres. De qué modo tan miserable se llena el papel de ideas absurdas que mezclan lo políticamente correcto y el realismo mágico. Que retratan un orden formal, un mainstream rígido y puritano. Y que abogan por una necia corrección, sea con plumas de Hermano Lobo o con calcetines negros hasta las rodillas. Poca confianza en el individuo. Tolerancia cero ante aquello que antaño se consideraba una rica personalidad. Atrás quedaron los tiempos de creatividad afrancesada, los destellos de una extravagancia intelectual. Hoy, en los consejos de administración se aplica una severa formalidad, conocedores de que cualquier nota de color sería indeseable. Pero en ese braceo tenaz para conseguir la tan afamada imagen corporativa, se juega con fuego. El fatal adocenamiento, que lejos de cosechar ejemplaridad encoge la iniciativa y la capacidad emprendedora. No basta ya con fichar. La cadena de regulaciones sobre la libertad individual va encorsetando el espacio público y la libertad individual. Incluso para ir a la toilette.

En la ejemplar Noruega, un empresario ha decidido poner una pulsera roja a las empleadas durante su menstruación, a fin de justificar las visitas al cuarto de baño. Parece que las empresas noruegas tienen especial obsesión con las necesidades de sus empleados: un informe revela que el 66% de los empresarios controla mediante una tarjeta electrónica el tiempo que los trabajadores pasan en el servicio, que otras compañías obligan a firmar un libro de visitas o que en una de cada tres firmas se han instalado cámaras en la entrada de los aseos. Un ejemplo más de neopopulismo caciquil en la civilizada Europa.

La Vanguardia

Publicado en Artículos

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