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Correr, pensar

«No tengo suficiente talento para correr y sonreír a la ve», dice el Emil Zátopek de la última novela de Jean Echenoz, Correr. Al igual que en el delicioso Ravel, y muy al uso contemporáneo, el escritor reformatea géneros: ni biografía, ni novela histórica, ni pura invención, sino la recreación de la leyenda Zátopek, uno de los atletas de fondo más importantes de todos los tiempos, el más atípico, el del gesto más tenso, que pasó de atleta de Estado e icono del bloque comunista a ser desterrado en las minas de uranio de Jáchymov y posteriormente a trabajar de barrendero. En las calles de Praga, aplastada la Primavera, el espectáculo que se lee en la novela es rocambolesco: nadie acepta que Zátopek recoja la basura, por lo que él se limita a correr al lado del camión mientras los vecinos lo aplauden. La carrera contra el nazismo, el comunismo y también contra sí mismo caracterizó la historia de la llamada «locomotora humana».

Pero ¿en qué pensaba Zátopek cuando corría? Puede que en ganar, aunque ese es un asunto difícil de radiografiar incluso para uno mismo mientras se está corriendo. Hay numerosos estudios que indagan en el pensamiento del corredor, sobre todo de los maratonianos: están quienes corren leyendo sus cuerpos y quienes lo hacen pensando en la lista de la compra. Para Haruki Murakami ese fue uno de los motores que le impulsaron a escribir el superventas De qué hablo cuando hablo de correr, que ya va por la sexta edición en España. Pensamientos que se parecen a las nubes del cielo, que vienen y se van. «La mente se me nubla. No consigo pensar nada coherente. Pese a todo, si le echo ganas y consigo acabar la carrera, brota en mi interior una intensa sensación de frescura y renovación, que tiene también algo de autoabandono, como si me hubiera conseguido exprimir por completo». El autor utiliza el correr como metáfora del escribir, a la manera de los filósofos caminantes como Schopenhauer o de las ensoñaciones roussonianas del paseante solitario. El antagonismo al pensar echado: pensar moviéndose.

Correr se ha convertido hoy en uno de los más poderosos calmantes existenciales. En un ritual sagrado, barato, ejemplar. Las ciudades se llenan de corredores de buena mañana, sorteando la acera y brincando en los semáforos, algunos ligeros en su trote, otros con muecas de auténtico sufrimiento. La carrera de fondo como metáfora universal de la vida privada alcanza ahora su literalidad. Hace unos años, apenas hablábamos del universo cardiovascular. Era un asunto de profesionales. De los Zátopek que corrían para ganar. Para el resto de los comunes el deporte en equipo se imponía entre las aficiones lúdicas y a la vez saludables, pero entonces importaba más lo primero. Hoy la gente ha aprendido a incorporar a su vida —como el lavarse los dientes— el hábito de andar o correr como máxima expresión de la nueva intimidad creada en pos de una vida sana. Para empezar, se trata de una actividad individual que recoge al individuo consigo mismo: con su respiración, su sudor, sus músculos, su música, además de proporcionar un sentimiento de ligereza cuando el reto ha concluido. Ese bienestar. Una soledad reconfortante con limpieza de disco incluida. En segundo lugar, existe una motivación fundamental: correr para no engordar. Murakami cuenta cómo se quitó tres kilos de encima al empezar a correr en serio (imaginen —dice— que van a una carnicería, piden tres kilos de carne y regresan a sus casas caminando con ellos en la mano). Pero además de destruir la grasa y de propiciar el encuentro con uno mismo, la razón que explica por qué tanta gente corre no guarda tan sólo relación con el narcisismo y el solipsismo, sino también con marcarse una meta y cumplirla. Porque superarse a sí mismo sin depender de nada más que de nuestra cabeza y nuestro corazón produce un auténtico alivio.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. Andar y correr en solitario…para pensar, para superarse, para evitar ansiolíticos y antidepresivos. Rojas Marcos era un niño hiperactivo hasta que empezó a correr…Y mira donde ha llegado. Besos Joana.

  2. MARTIN GUEVARA MARTIN GUEVARA

    Bueno, tú sabes; no sé si será el caso de ese ser exquisito estudiando lo que estuvieses estudiando y empezando a reaccionar frente a lo ya, tantos años observado, pero yo a los veinte no dejaba de pensar, de cuestionar todo, y de soñar poesía. Quizás sea demasiado pretencioso decir que ese cúmulo de energía era en un alto porcentaje presentable, pero algunas cosas tenía, y desde luego nunca más he vuelto a tener o el arrojo o la inteligencia e someterme a tales pruebas. como en el medio social en que crecí, no paraban de dar consigas y lemas a cual más rígido, y a cual más imposible y estéril emular, me formulé la pregunta , no tan sesuda, peor si reconfortante entonces, de ¿ cuándo la prisa y la perfección con que debía andar mis pasos, se detuviesen de ahí a un tiempo x, a que distancia estaría del que anduvo el mismo tiempo de modo displicente y holgazán, preservándose de todo tipo de condropatías y taquicardias?. No me acuedo que conclusión extraje pero recuerdo que aminoré la marcha por esas sendas y la apresuré por los caminos del rock.

  3. Sergio Sergio

    Correr, pensar. Aislarse en una parcela aparentemente incomunicada que nos revitaliza porque precisamente nos ausenta (y hay mucho de lo que ausentarse). Correr, pensar. Que nos convierte en figuras, en sombras que se adentran en otras sombras… que se pierden en el horizonte. El confort de llegar a casa después de veinte kilómetros hecho unos zorros, con este frío con los labios totalmente cortados y los pezones ensangrentados. Hay algo de mística en todo esto, de dejarse llevar por el dolor físico a otro lado, y cómo no de franquear con nuestro esfuerzo puertas que de otro modo en la vida real (la de los números en el trabajo, la de la crisis) resultan totalmente infranqueables.

    Gracias Joana,
    uno que sobre todo compra los miércoles La Vanguardia por ‘Culturas’ y por tus escritos (que luego va recortando y pegando en un cuaderno)

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