Treinta y tres hombres salen del fondo de la tierra. Sus mujeres los esperan, deseosas de fundir (¿por qué los abrazos funden?) su cuerpo con el suyo, entumecido y recortado por la oscuridad de 69 días. Tres periódicos españoles eligen la misma foto de portada: Osmán Araya acariciando a su mujer, cuyo casco levita. El tercer ojo. Es una visión curiosa: tiene épica y vida en minúscula. A algunas de las mujeres el casco se les cae, se desvanece al recuperar ese cuerpo amado como una prótesis de su propia existencia. Los cascos deben cumplir un exhaustivo protocolo, tan diferente a los protocolos de salón. Pero los de las mujeres de los mineros chilenos son puro artefacto. De quita y pon. Forman parte de la comunicación no verbal de esta especie de Odisea televisada. La salvación como espectáculo y la necesidad existencial de los héroes cotidianos. Nunca había visto unos cascos tan felices y a la vez tan impropios. Cascos volantes que se desvanecen en los brazos del amado, como una pamela, tan sólo que su tosquedad de polietileno resume la testarudez de la lucha de la vida contra la muerte.
Otro asunto sería el de las mujeres que trabajan en minas. Sus cascos no son atrezzo. Esa otra cara de la igualdad.
Me dabatí entre la tentación de tomar una distancia burlona del espectáculo en que se estaba convirtiendo aquel rescate, desde varios días previos a la salvación, y al menos el respeto por la actitud de intentar algo cuyo éxito radicara en la vida de seres humanos, y como plus de seres humanos a los que ordinariamente se los tiene más por hormigas que por hombres. Y seguría debatiendome si no hubiese concluído el show. pero lo cierto es que salieron de allí con vida. Y que si para lograrlo era necesario motivar alos concurrentes con la ilusión intacta del beneficio económico, que viva la frivolidad!, digo como tu cita de Duras, soy comunista pero me encantan los diamantes.
Gran artículo, da qué pensar. Muy bien Joana!