Señora Yoana,
He lavado el pantalón y la ropa que había dejado en la cama.
He dado a L. el medicamento a las 11:15, son dos al día, ella comió 45 minutos después, la otra es por la noche, 2 ml.
He comprado agua pequeña, pasas y piñones para hacer pollo con salsa para V. el domingo y jabón para lavar el bajo de los pantalones blancos.
En la mesa de cristal están los mecheros y los folios.
Hablé con R. de la fruta, además de lo que usted me había mandado a decir… Dijo que vale.
El pescado lo voy a comprar el lunes que es cuando viene fresco.
Yo traeré los periódicos el domingo, si los compraras porfa avisarme.
El domingo hablamos con calma de organizarnos.
He lavado el pantalón y la ropa que había dejado en la cama.
He dado a L. el medicamento a las 11:15, son dos al día, ella comió 45 minutos después, la otra es por la noche, 2 ml.
He comprado agua pequeña, pasas y piñones para hacer pollo con salsa para V. el domingo y jabón para lavar el bajo de los pantalones blancos.
En la mesa de cristal están los mecheros y los folios.
Hablé con R. de la fruta, además de lo que usted me había mandado a decir… Dijo que vale.
El pescado lo voy a comprar el lunes que es cuando viene fresco.
Yo traeré los periódicos el domingo, si los compraras porfa avisarme.
El domingo hablamos con calma de organizarnos.
*Bárbara V., empleada doméstica, 34 años (licenciada en marketing en República Dominicana).
En la nota de santa Bárbara quedaba grabada la semana: las jaquecas de L., la ropa sucia del viaje, los pantalones blancos que arrastré sobre la lluvia de Nueva York, los cuatro aviones, los periódicos y el pollo del domingo y el pescado del lunes. También el: «dijo que vale», los malos entendidos. Y esa sensata última frase bajo la cual se agazapan el caos, los nervios, la agitación y el atropello. La vida deprisa. Hablamos con calma de organizarnos.
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