Se ha levantado la pena capital sobre Sakineh: por ahora, no morirá lapidada. La presión internacional, la movilización, las cartas de Bernard-Henry Lévy, Saviano, Fo, Savater o Bruni en La Règle du jeu, la reclamación de una justicia digna, de momento, sólo de momento, han colado. Le garantizan un nuevo juicio, una nueva posibilidad de defenderse. Pero en las cárceles iraníes siguen apiñadas en celdas inmundas muchas mujeres justas cuyo pecado fue respirar un soplo de libertad, menos de un minuto de luz. Ahí están las otras Sakineh. Según Amnistía Internacional otras ocho mujeres (y tres hombres) corren hoy peligro de morir lapidados. Queda mucho trabajo, mucha regla de juego para escapar de la mordaza.
«Salimos a la luz del día como si pisáramos un nuevo planeta en el que sólo viviéramos nosotros (…). Y fue como si de pronto hubiera salido de la oscuridad y entrado en una mancha de sol pálida y empapada de sal. La soporté un minuto, menos de un minuto, esa feliz luminosidad…».
John Banville, El mar, (Anagrama, 2006).
Lo triste es todas estas que están en las cárceles y no tienen hijos combativos y valientes como Sakineh.