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¿El rosa apesta?

Hay historias encantadoras en los archivos de revistas como The Ladies Home Journal, una publicación que nació en la América puritana de finales del siglo XIX, embadurnada de estampados victorianos y dirigida a mujeres que suspiraban por ser convencionales. Su línea editorial se asentaba en las formas de un comprimido vademécum con la suficiente credibilidad para verificar el comme il faut, una guía mensajera de las modas cambiantes acompañada casi siempre de una explicación lógica. A finales de la Gran Guerra, en 1918, uno de sus consejos rezaba así: «La norma generalmente aceptada es rosa para los chicos y azul para las chicas. La razón es que el rosa, al ser un color más decidido y fuerte, es más apropiado para los chicos, mientras que el azul, más delicado y refinado, es más bonito para las niñas». Qué sólida razón. Érase un tiempo en el que el rosa fue el color de los niños. Incluso las princesas mostraban aturdidas una habitación decorada en rosa para el tan deseado varón que acabó siendo princesa. Fue así como empezaron a alternarse los colores, a fuerza de heredar habitaciones rosa cuando las supersticiones sustituían a las ecografías.

Pero los caminos de la moda también son insondables y los símbolos cromáticos de la feminidad y la masculinidad acabaron intercambiándose. Aquella moda giró en redondo y el mundo infantil femenino se rosificó, una cruz para los más combativos que consideran el rosa identificador de una feminidad estereotipada. Hoy, una voz ancestral impide vestir a un bebé de negro, incluso de rojo, pero aún es más tabú vestir a un niño de rosa que auna niña de azul. Hay movimientos antisistema como la campaña PinkStinks («El rosa apesta»), que pretende ofrecer alternativas al color que supuestamente es sinónimo de cursilería, mientras que el azul lo es de valentía y credibilidad. Sus autoras, las hermanas Moore, en verdad no tendrían que preocuparse tanto: gran parte de las niñas occidentales, a muy temprana edad, acaban detestando a las Barbies y sustituyendo las faldas rosa por los leggins negros. Siempre he compadecido a quienes se obcecan en combatir la depilación en la era del láser, los tacones imposibles en la era de Blahnik o el rosa en la era del blanco nuclear de Steve Jobs. Porque en el fondo les dan la razón a quienes continúan viendo tras los atributos de la feminidad a la mujer objeto. ¿Una falda rosa no combina bien con un consejo de administración? Lo que no combina es que en España un 60% de las titulaciones universitarias pertenezca a mujeres y estas ocupen un 8% en los consejos de administración. O que en Europa, como se ha revelado en la Cumbre de Mujeres en el Poder celebrada en Cádiz, seis millones de ellas renuncien a su trabajo para hacerse cargo de la familia. Lo que nos faltaba, que ahora debamos reivindicar el azul que nos arrebataron en la cuna.

(La Vanguardia), 8 de febrero de 2010

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Aunque la mona se vista de seda ¿rosa se queda? Lo que daría por ver a ejecutivos de sastre rosa. Pero para eso hay que tener una bonita figura n’est pas?

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