En los últimos años, el boom de las biografías póstumas ha acercado nuevas dimensiones sobre personajes idolatrados, y los titulares siempre han descansado sobre el lado más oscuro del biografiado. Desde la presunta homosexualidad de Marlon Brando, hasta el complejo de Edipo de Lennon o los esfuerzos de la viuda de Kapuscinski para impedir la publicación de la biografía del periodista escrita por su antiguo discípulo y amigo, Artur Domoslawski, quien argumenta cómo el «maestro de periodistas» se inventó reportajes, además de su colaboración con el régimen comunista polaco. «Se trataba de mirarlo como un ser humano», dice el biógrafo. Ahí está la clave. Al héroe siempre le sale un grano.
Hace días tuvieron lugar en Formentor unas jornadas literarias sobre memorias, biografías y diarios, uno de los géneros más revisados en la actualidad. Asuntos delicados como la vergüenza y el pudor, el maquillaje de la realidad, los límites de la honestidad, o el yo-mi-me-conmigo ocuparon las diferentes ponencias donde, otra vez, se indagó en la paradigmática inexactitud que sombrea la memoria cuando evoca un recuerdo, y en cuyo viaje de ida y vuelta lo importante no es magnificar ni empequeñecer una vivencia, sino la construcción del relato verídico. Gran contradicción la del biógrafo, que llega al personaje por afinidad o admiración pero al que su travesía le conducirá inexorablemente hasta la destrucción del propio mito. Como tenía que ser, lejos de las intachables vidas de santos. No hay razón para el escándalo, ¿quién no ha escondido una mancha detrás de un cuadro?
La verdad es que la biografía es un terreno literario apasionante, porque todos somos “voyeurs” y si encima el personaje es interesante, todavía nos interesan más.
pena, conmiseración, lástima pura por esas señoras sufridoras que aguantan a Sarkozy, a Zp, y a tantos otros. Bueno, excepto Cristina la Argentina. Ahora el que me da pena es su marido.