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Autorizado para mujeres

Nos resistimos a abandonar la idea del verano aunque nos anticipemos al otoño. Nuestra capacidad premonitoria insiste en diluir las postales indolentes con los pies descalzos y los destellos del sol de tarde sobre la pantalla del ordenador. Ahí está la última gota de luz escurrida tras la cuchilla del horizonte como símbolo de lo que está por llegar, mientras media luna descansa sobre la espalda del cielo. Las vacaciones que tanto deseamos, y que se desvanecerán cuando abramos de nuevo las agendas, son aún alivio y tesoro, el tan preciado paréntesis donde la pereza despliega su reinado sin apenas oposición. Pero ahí está nuestro arsenal de psicopatologías cotidianas. La necesidad de estrenar un traje nuevo, como si con él fuéramos capaces de reinventar lo mejor de nosotros mismos. Ese es el auténtico poder de la moda. La transformación y la repetición. Una secuencia representada por el escuadrón de modelos que avanzan por la pasarela en un paseo infinito, siempre el mismo, sin agotar la fórmula. Lo mismo que la meteorología y sus isobaras. O que la economía y sus porcentajes. Ahora sí ha llegado el fin de la era. Terminamos la primera década del siglo XXI con la sensación de que empieza otra historia. La era digital ha transformado las relaciones sociales y los sistemas de trabajo; ha jubilado soportes y ha alargado la esperanza de vida. Los cuarenta de hoy son los treinta de ayer, mientras los hijos crecen deprisa y sus doce años son como nuestros catorce. El tiempo es una noción absolutamente literaria. Pero su manejo, la relación que mantenemos con él, es clave para entender nuestra biografía.

La nueva era de los sentidos simplifica su envoltorio: importa más la experiencia que el lujo. La ostentación nunca ha sido tan vulgar como hoy, mientras que la calidad persigue el sueño de atrapar la pureza. No es ningún misterio, pues, comprender el comportamiento de la moda y su elogio repentino de la edad madura. De repente, en la pasarela aparecen señoras con falda de franela, medias gruesas y bustos prominentes como las ladylikes de Miuccia Prada, tan lejanas a aquellas casi clochards vestidas con colores mortecinos. La feminidad madura resucita con tres iconografías que siempre han empoderado a la mujer: la perfecta ama de casa de los años cincuenta que inauguró la nueva conciencia femenina rebelándose contra la asfixiante domesticidad —como la protagonista del espléndido Diario de una ama de casa desquiciada (Asteroide)—; la mujer «liberada» de los setenta; y por último, el minimalismo de los noventa con el que Calvin Klein y Jil Sander rotularon la severidad del chic y marcaron una silueta precisa y estricta. Phoebe Philo anunció que haría un desfile para mujeres, no para chicas. Lo subrayaba Suzy Menkes en la crónica del desfile: «Todo era precisamente perfecto: bolsos suficientemente pequeños para cogerlos de la mano y suficientemente grandes para una vida llena». Es un alivio que la moda para mujeres abandone la minoría de edad, y de una vez por todas se reconcilie con el paso del tiempo.

(Marie Claire)

Publicado en Mi Smythson

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