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Optimismo viral

«Esto sólo lo arreglamos entre todos». Es el mensaje que difunde la Fundación Confianza —integrada por cámaras de comercio, empresas privadas y particulares— en una campaña inmaterial que, lejos de vender un producto o una idea, pretende contribuir a un cambio de actitud. De entrada, sus argumentaciones pertenecen al marketing emocional: «Pretendemos viralizar una concepción optimista del futuro». ¿Viralizar optimismo?, propagarlo como un virus benigno, porque el optimismo hoy ya no puede conjugarse con otra acción que no sea la de inyectar o contagiar, dos verbos que a pesar de su significado han acabado resultando atractivos. La Fundación Confianza también anima a «ser proactivos». No basta con ser activos. La proactividad se ha convertido en una palabra blanca y a la vez sobreexplotada, un término acuñado por Viktor Frankl, un neurólogo y psiquiatra austriaco que sobrevivió a los campos de concentración nazis, y que implica coraje, compromiso, efectividad y pundonor. Se trata de un concepto secuestrado hoy por la autoayuda y los recursos humanos para definir lo importante que es creer en el propio potencial a fin de influir positivamente en el entorno. Un problema, a la luz de esta máxima, no depende de nadie más que de ti. Para ello es indispensable asumir el control, tomar iniciativas, desarrollar acciones creativas, audaces, y no sentirse limitado por las circunstancias de la vida. Saber elegir. Casi nada.

Mejor ser voluntaristas —aunque a menudo sean tildados de ingenuos— como sugiere Miquel Roca en los vídeos de la campaña, sin esperar la llegada de ningún gurú que nos rescate del hoyo, tal y como concluye Ferran Adrià. «Cambio de actitud», «hay razones», «no nos conocen» van proclamando ciudadanos anónimos en esta iniciativa dispuesta a modificar la realidad a través de la palabra; predicadores laicos que quieren despertar a una población deprimida por los pensamientos parásitos que aguardan como espectros embruteciendo el día por delante. Qué difícil trasladar estos valores. Y luego está el efecto espejo. Al ver a tanta gente respetable hablando de la necesidad de cambiar el chip, de pensar en positivo, se siente un pinzamiento anímico, un «esto va en serio». Cierto es que la sociedad necesita una profunda exfoliación, que conviene levantar la costra de una crisis utilizada a menudo como una excusa para todo. También habría que enfriar la patata caliente que se han ido pasando de mano en mano inmobiliarias, cajas y bancos, organismos reguladores y gobiernos, hasta transformarse en una bomba de relojería que ahora toca desactivar entre todos, mientras los irresponsables que la han cargado se van de rositas. De acuerdo, esto lo arreglamos entre todos, pero, además de negociaciones interminables ¿dónde están las ideas proactivas para dar puntadas con hilo?

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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