Hay una poética en la clasificación de las nubes y la medición de los vientos que convierte a la meteorología en una ciencia bella e incierta. Su léxico a menudo se utiliza como una metáfora de la existencia: frentes fríos, borrascas, inestabilidad, huracanes, cielos despejados… El lenguaje de los meteorólogos televisivos es un recomendable sedante antes de acostarse. Su monólogo frente a la cámara, a veces interpretando las corrientes con los brazos sobre el mapa de isobaras, o moviendo su cuerpo en la dirección de los frentes, posee un efecto hipnótico, un dejarse llevar ante el anuncio de lo que está por venir, la promesa de las aguas de marzo. En la literatura casi siempre llueve. Y en el cine apocalíptico las tormentas inclementes han dado medida de la lucha del hombre contra las fuerzas de la naturaleza. Su inequívoca soledad.
Las profecías de las estaciones meteorológicas, con sus satélites y radares, resultan de una gran utilidad para aguantar las distancias de ascensor, pero además, el mal tiempo o la bonanza representan estados de ánimo y situaciones globales: toda España musita: «Con la que está cayendo», en las atmósferas que amenazan la economía, el Consejo General del Poder Judicial, las sedes de los partidos políticos, las colas del paro, también la vida de muchas parejas. El imán de la meteorología radica en la promesa vital que contiene el parte, su mensaje implícito: mañana amanecerá.
La cuestión es de qué manera. Sin músicas celestiales ni soles radiantes, las fuerzas invencibles de la naturaleza establecen el duelo romántico entre la voluntad de existencia del ser humano y las hidras iracundas que aquí organizan una ciclogénesis explosiva mientras el sur sigue inundado, como el Caribe, también Haití, donde la humedad se ha filtrado hasta la médula del hueso, los pies y el corazón mojados.
En Chile, un terremoto de gran intensidad mata a cientos de personas demostrando una vez más que si «la naturaleza es sabia» en verdad es una auténtica canalla. Joseph Conrad hablaba en Lord Jim de vendavales prolongados y siniestros «que caen sobre uno como vampiros hasta que toda tu fuerza, tu ánimo e incluso tus esperanzas desaparecen, y te sientes como la cáscara vacía de un hombre». Qué lejanas resultan hoy las proclamas de la poesía de Hölderlin para hacer pedagogía de la esperanza. Los poetas dejaron de ser los intermediarios entre las tormentas de Dios y la humanidad y fueron sustituidos por los meteorólogos. Idealizar la naturaleza y rendirle culto, anteponiéndola a menudo a la vida humana, da buena muestra de nuestro desvarío. Afuera, el largo invierno, los fuertes vientos con su silbido nocturno. El temporal arrecia en toda España mientras engordamos el deseo de respirar el recuerdo de la lluvia, la tierra mojada y en calma. El cielo abierto.
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