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El paso de los atunes

Zahara procede del árabe Sahra, «desierto» en el diccionario Espasa, «roca» según el Moliner y en el de topónimos, «flor». Desde el neolítico hay constancia de la pesca de los atunes en esta parte del litoral gaditano que conserva pinturas rupestres y las ruinas romanas de Baelo Claudia. La playa es un cordón de arena blanca y dunas, circundada por el perfil del cabo de Plata y las estelas del faro de Trafalgar. Enfrente, la costa africana a tocar de la mano; a mi izquierda, el horizonte. Desde hace siglos, el día de San Marcos, los atunes pasan puntuales por esta abertura del estrecho de Gibraltar en su ruta migratoria hasta desovar en el Mediterráneo. Son excelentes nadadores, peces de sangre caliente cuya respiración depende de su movimiento, y avanzan veloces y bien alimentados, depredadores natos que, como los lobos o los halcones, están dotados de una mirada binocular que les permite calcular las distancias. Pero a pesar de tan atávico instinto, no disponen de memoria para vencer la trampa mortal que cada año les espera: el lance de los atunes en la almadraba.

Anoche cené con la editora de La Esfera, Ymelda Navajo, que está a punto de publicar la biografía de Julio César. Me ilustró sobre las referencias al hermoso despliegue de embarcaciones abiertas en semicírculo que, con una majestuosa puesta en escena, tan propia de los romanos, atendían el paso de los atunes para calar el sedal hasta que la mar se teñía de sangre, en estas mismas aguas que hace un par de días han dejado de rugir y han atemperado su oleaje hasta convertirse en una piscina plateada donde nos bañamos. Durante años, la tradición ha forjado rituales sangrientos para apresar al atún en las redes de la almadraba. Zahara se convirtió en una de las pesquerías más importantes del Atlántico y conserva una buena colección de historias de piratas y tunantes. Cervantes, que se refirió a este pueblo como el «finibusterrae de la picaresca» en La ilustre fregona, daba fe de la piratería, que, hasta el siglo XVIII, impidió el asentamiento de una población estable.

Hoy ya no quedan pícaros. Los zahareños son gente amable y ausente, tocada por el levante. Hay surrealismo de segunda mano, en el camión de las basuras leo «servei de neteja». La especulación no ha vomitado aún sobre estas arenas aunque las urbanizaciones crecen desordenadamente, en paralelo a la playa, rebosando voces de niños y cortadores de césped. Hasta que a mediados de septiembre Zahara se queda en silencio, apenas mil habitantes aletargados por el viento que mece las hojas de las palmeras. En el lado mar, los atunes, en el de sierra, los toros que pastan, pacientes, en esta escuela del tiempo, laisser faire, laisser passer.

Un reciente estudio del diccionario de Oxford revela que la palabra más utilizada en inglés es time. Contabilizamos la vida en minutos y horas, ocho para trabajar, ocho para dormir y ocho para el resto, que incluye comprar, leer, hacer de madre, padre, amigo, amante, cambiar bombillas o salvar ballenas. Otoño amenaza con arrebatarnos el tiempo y desfigurarnos el crepúsculo mientras permanecemos en la oficina; con marcar nuestros pasos como si nos estuvieran persiguiendo a riesgo de que los verbos, con prisas, pierdan su significado. Amenaza con que la lógica del tiempo, rígida y a veces grosera, nos impulse a nadar por instinto, como los atunes, sin conciencia y sin memoria, con las preguntas equivocadas. No lo permitas.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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