«Toma aire por la nariz y sácalo lentamente, muy despacio, por la boca, hasta quedarte vacía». Y yo obedezco, aplicada, aceptando los pasos de baile del maestro, aunque sean ridículos y guarden poca relación con la vida real. «Que me toque ahí», me digo, esperando que los dedos de Cristobalina se posen en la tercera cervical y la presionen, apretando el nervio para liberar de tensión el alma del hueso. No toca ahí, no lo adivina. «Tu cuerpo te pide un cambio», pontifica. «Sí, quiero dejar de trabajar tanto y estoy en ello», le respondo algo molesta. «Bien, eso está bien, al menos eres consciente de tu problema», dice sin saber que me deja más preocupada aún, que hace pública mi ceguera, el error en el cual andan metidos mi nariz y mi boca, asfixiados ya en el miserable hueco.
La noche, afuera. Miro el tendido de luces que se extiende a través de una manta negra, en horizontal, a lo largo de la playa, como el paisaje aéreo e inabarcable que divisas desde el cielo, un crucigrama que nunca se deja acabar. Cierro los ojos para comprobar que es la postal de todos los veranos, ese lugar del sur a donde regreso cada primero de agosto, y del que conservo intacta su foto en mi memoria. Sí, el paisaje está ahí. La misma brisa de cada año, la misma arena, el levante de siempre. Los que cambiamos somos nosotros. Y cuando volvemos, hallamos un trozo de sombra perdida, nuestro yo en sandalias, percibiendo que somos un poco más viejos, o más tristes, o más escépticos, más felices o más sordos… Me gusta encontrarme con mi identidad en verano. Apacigua a la de primavera-otoño- invierno, que aún se anda buscando. Yo haría como los chinos, celebraría el nuevo año ahora, cuando nos relajamos frente a la ilusoria lejanía de septiembre, como si agosto valiera el doble de un mes normal.
«Eres superflexible, y te relajas con facilidad», me dijo Cristobalina cuando estaba terminando el primer masaje del verano. Gran paradigma: flexibilidad y falta de consistencia. Creía que ésa era una de las grandes condiciones para llegar al siglo XXI. Se lo leí a Italo Calvino, y me sentí afortunada. De sus Seis propuestas para el próximo milenio me identifico con la levedad y la multiplicidad, me gusta la visibilidad, ¿la rapidez?, de eso ya hablaremos, y envidio la exactitud y la consistencia. Pero murió antes de poder escribir la última, tan solo dejó manuscrito el título, Consistency. Me cae bien Italo Calvino. Empiezan las vacaciones, verano del 2006.
Comentarios