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Crónicas del «aje»

El aje también es conocido como gracia, arte, chispazo, pero es difícil describirlo sin ejemplos. Dicen que el Picoco de Cádiz viajó en una ocasión a París para organizar una fiesta flamenca en una mansión privada. Los flamencos acostumbran a llegar tarde y a cantar cuando lo sienten, y no siempre coincide con el programa. Para matar el rato, la anfitriona le dijo a Picoco que le iba a mostrar la casa: «Mire qué butacas Luis XIV», y más adelante: «¿Ha visto esta mesa Luis XV?», a lo que Picoco, al rato, le respondió: «Señora, qué pedazos de carpinteros son estos luises». Pero no hay mejor exponente y símbolo del aje que el Beni de Cádiz, un personaje de culto en estas tierras donde veraneo, regadas por el río Cachón, de donde se cuenta que procede la palabra cachondeo.

El Beni, cantaor, bailador y artista, a quien le dieron una paliza los guardaespaldas de Frank Sinatra porque le había echado el ojo a Ava Gadner, o ella a él, tiene un amplio repertorio del aje. Un día, visitaba la casa donde nació José María Pemán, y su amigo, ante la placa de «Aquí nació Pemán», se preguntó qué cartel colgarían en la suya cuando le llegara la hora. El Beni respondió al instante: «Pues en la tuya pondrán “Se vende”».

El Cojo Peroche era mal cantaor, pero tenía aje. Cuentan por aquí que una tarde brumosa estaba con un amigo, sentado frente al televisor, siguiendo un spaghetti western, con sobredosis de tiroteos, y de repente dijo: «Compadre, voy al servicio, cúbreme». Estelas surrealistas y retales absurdos tejen ese talante que sabe torear el tiempo, como si no hubiera nada más urgente que mecerse en la indolencia del propio ombligo. En verano, los de aquí siempre encuentran la mejor sombra. La mayoría de las casas, incluso las más humildes, tienen un patio o una mijita de patio donde, inevitablemente, corre el agua. A la hora de la siesta, se oye el gemido de las palmeras sonorizado por el murmullo del agua. Es un momento plácido del día, de esos que se hacen eternos y borran cualquier urgencia. El Sur no tiene la exclusividad de la indolencia, pero sí un doctorado en el arte de beberse la vida a sorbos pequeños y con cuerpo. Otra cosa es el drama. «A los andaluces les gusta más lo bonito que lo real; ya decía Machado que por falta de fantasía, la verdad también se inventa», me dice el Loco de la Colina, quien recuerda una de las primeras veces que, siendo niño, oyó la palabra aje. En San Juan del Puerto, cerca de Moguer, llevaban meses preparando la inauguración del puente que ampliaba la red ferroviaria. «Y cuando llegó la fecha, con todas las autoridades y el pueblo entero de gala, el tren no pasaba por el puente porque era demasiado pequeño. Y la gente empezó a reírse y a gritar: “¡Qué aje, qué aje!”». Le digo que si eso mismo hubiera pasado en el mío, no hubiéramos podido dormir pensando a quién denunciábamos.

No creo que el «aje» sea equivalente a la rauxa. Tampoco que todos los catalanes seamos sosos ni todos los andaluces graciosos. Los tópicos sobre Andalucía y Catalunya aún no se han despojado de lo peor del tópico, que es el prejuicio. A veces se me olvida que Velázquez, Zurbarán, Picasso, Juan Ramón, los Machado, Cernuda, Lorca o Pedro Salinas eran andaluces, y eso, por hablar sólo de los muertos. Enchufo el iPod, la hija de la Pastori canta Mediterráneo, de Algeciras a Estambul… entre la playa y el cielo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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