En Italia, RAI3 estrenará el próximo noviembre Masterpiece, un talent show para escritores que mezclará literatura y emociones, presumiblemente no a la manera de Bernard Pivot en su mítico Apostrophes, ni de nuestro Joaquín Soler Serrano y sus espléndidas conversaciones sobre literatura y vida, sino, supuestamente, de forma vistosa, comercial, “atractiva para el gran público”, como suele decirse. Escritores expuestos a la grasienta cotidianidad de la convivencia y convertidos en protagonistas de un exhibicionismo de primer orden: sus inseguridades, bloqueos, manías, sus euforias y rituales, la necesaria soledad del que alinea palabras para narrar una historia, pero sobre todo ese manojo incierto de celos, lágrimas y libidos alimentarán la parrilla televisiva a cambio de ver su nombre en la tapa de un libro.
“A día de hoy, o te presentas a un reality o emigras”, me decía el otro día una joven que no ha conseguido adaptarse en Munich y que forma parte del casi medio millón de españoles que, según el INE, emigraron el año pasado (desde 2008 el número de jóvenes expatriados ha crecido un 41%). Buscarse la vida lejos como solución a la crisis, al desempleo o la precariedad y a la desesperación ha definido siempre los movimientos migratorios, incluso los de las aves.
Desarraigo frente a supervivencia. Aunque cada vez más radical, como acaba de plantear una organización llamada Mars One que supera el formato del reality: se trata de emigrar para siempre a Marte. Hasta el momento han recibido más de 200.000 solicitudes, entre ellas casi 4.000 desde España. En 2023 un equipo convenientemente formado “se convertirá en el primer grupo de seres humanos que viajan a Marte para vivir allí el resto de sus vidas”, afirman sus promotores, que también dejan claro que el retorno es inviable económica y tecnológicamente. Y además, “tras un tiempo en Marte, el cuerpo no sería capaz de habituarse de nuevo a las condiciones gravitatorias de la Tierra”. I’m a stranger here myself, titulaba Odgen Nash uno de sus libros de poemas. Así nos vemos un poco más cada día, extraños para nosotros mismos, habitantes de la nada dispuestos incluso a plantar lechugas en Marte sin billete de vuelta.
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