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CFK

En You Tube circulan muchos vídeos dedicados a la flamante presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, aunque su letra y música no sea muy original: María Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo, le sigo la corriente…». Una pareja de pingüinos —reclamo turístico de Santa Cruz, provincia natal del matrimonio— baila al son de la popular melodía pachanguera, en alusión a los dos ocupantes de la Casa Rosada. Hay vídeos con muy mala leche, en algunos Néstor es el perro de Cristina. Cómo le iban a faltar etiquetas a una mujer de cincuenta y cuatro años que aparenta cuarenta, madre, abogada y con una dilatada carrera política de la que insiste en recordar que fue legisladora antes de que su marido fuera presidente. Peronista-sin-conciencia-de-clase-loca-por-el-shopping, la «Hillary latina», la que come caviar a cucharadas, la nueva Evita o la reina del bótox; el repertorio de motes es exuberante. «Acostúmbrate a decir presidenta», anticipó en un mitin, con sus pestañas apelmazadas por el rímel que tantas maledicencias le han procurado. En muchas crónicas se ha abusado del tópico de criticar su vestimenta. Frivolizarla para restarle credibilidad ya es una antigualla. A ningún presidente le aplauden por llevar trajes de Zara. Pero CFK (CK, bromean esos publicistas natos que son los porteños jugando con las iniciales de Calvin Klein) confiesa que siempre se ha pintado como una puerta y que no le da la gana de ir vestida como los pobres. «Todos somos capitalistas, y nadie se puede escandalizar», aseguró el pasado julio en Madrid.

Trinidad Jiménez, que la conoce bien, me cuenta que es más institucional que Néstor, y que en política exterior proyecta una imagen moderada. «También es más socialdemócrata, pero a la europea, con políticas sociales y pragmatismo económico». En su primera entrevista televisiva ha revelado que la oposición no la felicitó; si lo han hecho Bachelet, Sarkozy o González Zapatero, dice en un lapsus linguae.

No han faltado los primeros apuntes al fenómeno promocional de las consortes. Argentina ha sido pródiga en encumbrar a primeras damas como líderes, con la salvedad de que no habían sido elegidas en las urnas. Evita era una consorte de telenovela, siempre emperifollada, manirrota y sentimental, con su discurso populista y el uso y abuso de diminutivos. Tenía sus gustos caros: Balenciaga y Dior, sus estolas de visón y sus manos enjoyadas con las que arrojaba regalos para los niños. Pero Cristina no pronuncia «yo» como los chetos o pijos, sino que dice «sho», pura clase media de un país que desde hace décadas se ha comportado de forma bipolar en la economía, en la política y en la vida diaria. Del corralito al Palermo Hollywood.

El semanario Noticias publicó las declaraciones de su psiquiatra, quien afirmaba que Cristina sufría un trastorno bipolar leve y controlado. Los interrogantes acerca de la capacidad para gobernar de una persona que sube a los cielos y baja a los infiernos, que sin la ayuda del litio pasa de la euforia a la depresión y que no quiere conformarse siendo Clark Kent pudiendo ser Superman, no lograron desestabilizarla en un país acostumbrado a diagnosticar las neurosis de su sociedad, y que utiliza verbos como «histeriquear» o adjetivos como «fóbico».

Dicen que Argentina es ciclotímica porque permanece en el tercer mundo luciendo el pedigrí del primero. El propio Néstor Kirchner alertaba de esa patología. «No podemos pasar de la depresión derrotista a la euforia triunfalista, debemos tener equilibrio para consolidar el punto de inflexión que nuestro país necesita». En algunas páginas, la foto de CFK aparece al lado de genios bipolares como Lincoln, Balzac o Churchill. No son malos compañeros de foto para una mujer que ha arrasado en las urnas, la segunda presidenta de los 21 países que integran Latinoamérica. A pesar del rímel y a pesar del litio.

(La Vanguardia)

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